Llegando (Amanda Smith)

- Supongo que sí, que no estaba toalmente rota por dentro. No lo sé. Por cierto, es un detalle que no te hayas reído de mi pequeño temor. - le dije agradecida. No me importaba que lo supiera si lo respetaba, y como era así me sentía contenta por habérselo contado. - No te preocupes por eso, que no eres el único. A mi no me dan miedo, pero la verdad es que no los aguanto, son superiores a mis fuerzas. No es natural estar siempre tan alegre, y esas caras pintadas de blanco dan bastante grima. Te entiendo perfectamente. - dije apoyándole la mano en el hombro. - Respecto a eso de los ángeles no sé qué decirte. Casi preferiría a uno que tenga mal carácter que a uno aladrillado, porque al menos esos sienten algo. Esa falta casi total de emociones sí que es siniestra. - dije pensativa.

Sonreí de medio lado.
-Si hubieses estado rota por dentro...Bueno, ahora mismo no serías ni la sombra de lo que eres. Es importante estar en paz con uno mismo, de uno u otro modo -repetí para mí mismo.
Me encogí de hombros y reí suavemente.
-No sé por qué me dan tanto miedo, la verdad. No son normales, ni mucho menos...Cuando aparecía Ronald MacDonald en la tele me echaba a llorar, y Dean siempre tenía que cambiar de cadena al instante -rememoré mis noches en moteles de carretera, viendo la tele con mi hermano y sin saber dónde estaba papá o cuándo iba a volver.
Sacudí la cabeza, sin saber muy bien por cuál de los extremos decantarme.
-No se yo...-dudé.- Castiel es como un maldito muro de piedra, pero Uriel tiene mal carácter. Ninguno de los extremos es bueno....Y no quiero ni imaginarme un ladrillo con mala leche -bromeé.

- ¡No, me lo he imaginado! Menudo trauma... - dije con un escalofrío recorriéndome, pues la imagen de mi ladrillo mental cabreado había sido, cuanto menos, extraña. Me eché a reír sin poder evitarlo, pues la conversación estaba siendo bastante particular. - Yo no podía quedarme sola en casa cuando mis padres se iban a cenar por ahí o cualquier cosa. Necesitaba tener siempre alguna luz encendida porque si no me imaginaba cosas chungas. Tenía una mente bastante retorcida para ser una cría tan pequeña, de hecho. Aún sigue sorprendiéndome lo que a esta cabecita puede ocurrírsele a veces. - comenté con un golpecito en la frente para ilustrarlo mejor. Sonreí de medio lado, divertida. - Lo mejor es tener trato con humanos, que es bastante más fácil y trae menos quebraderos de cabeza. - concluí. - A veces. - maticé recordando que precisamente yo no era ningún hacha en relaciones personales y que cuando me ponía acababa liándolas siempre.

Yo me eché a reír, pues también a mi mente había acudido la imagen de un ladrillo enfadado. Cuando menos resultaba desconcertante, la verdad.
-Sí, es muy rara. Además, sería muy peligroso...podría arrojarse contra la gente si lo cabrean más -dije, y de nuevo me imaginé al ladrillo tirándose encima de alguien.- Eso sería muy doloroso.
Asentí pensativo.
-La mente humana es algo increíble...Puede llegar a conclusiones increíbles, pero también puede dejarse llevar por el subconsciente -ahora parecía un experto en psicología, me di cuenta.
Ante aquella afirmación, me quedé pensativo.
-No se yo. Mira a los psicópatas y a toda esa gente que de vez en cuando uno se encuentra durante las cazas...-comenté.

- Y tanto que sería doloroso. No quiero tener que soportar la ira de un ladrillo enfadado nunca en mi vida. - dije con falso tono serio. Después sonreí, incapaz de mantener la compostura mucho tiempo. Era algo que no sería fácil de olvidar, eso desde luego.
- Estoy de acuerdo en eso de que la mente humana es fascinante. Por eso la estudié, supongo. Me atraía que algo que parece tan simple como es un cerebro visto desde fuera tenga tantos matices y pueda ser capaz de tantas cosas. - comenté pensativa. - Y la mente de los psicópatas es algo que me ha interesado especialmente siempre. Para acabar la carrera de psicología me tocó irme de prácticas a un psiquiátrico y tener trato con ello, y simplemente fueron sorprendentes. Eran capaces de manipularte de una manera tan sutil que ni siquiera te dabas cuenta, y también disimulaban muy bien su condición. Ponían los pelos de punta. - acabé con un escalofrío recorriéndome la espalda.

Fingí un escalofrío.
-Y yo espero no vérmelas con ninguno nunca. Prefiero a los demonios, sinceramente -bromeé.
Aquella imagen del ladrillo agresivo iba a rondar mi mente por mucho tiempo, si no para toda la vida, como un curioso detalle que me remitiría a aquella conversación sobre ángeles.
-Es cierto que es extraña...y compleja. Yo preferí estudiar derecho, para poner a los malos entre rejas y todas esas cosas -sonreí de medio lado.- Nunca me había planteado que los psicópatas fueran tan...especiales como dices, pero algo deben tener si consiguen hacer lo que hacen durante tanto tiempo y sin que nadie les pille. Aunque, teniendo en cuenta el trabajo que había elegido llevar a cabo, era más que probable que tarde o temprano acabase por encontrarme con alguno. En los Tribunales, quiero decir. No me hubiese gustado ser manipulado por uno de ellos... -agregué, haciéndome eco de su escalofrío.
A lo largo de mi vida como cazador, había topado con un par de casos como los que ella me contaba, que llevaban a pensar el modo tan retorcido en que algunas personas concebían la realidad, su realidad.

Off. Siento haber tardado tanto en contestar, estuve hasta arriba de examenes.

- Desde luego los demonios a su lado son de todo menos peligrosos. Hasta serían buenos para irse de fiesta con ellos. - comenté, pensativa y siguiendo la broma. Después sacudí la cabeza y sonreí, porque gracias a aquella paranoia no iba a poder ver a los ladrillos del mismo modo que lo hacía. - Derecho también estuvo entre mis alternativas, pero es que no era capaz de estudiar tantas leyes y tantos detalles minuciosos que tampoco me eran tan interesantes. La idea de acabar con los malos, como tú les llamas, sí que rondaba mi cabeza bastante, y supongo que por eso acabé siendo cazadora. - comenté, pensativa. A decir verdad no me había vuelto a plantear la razón de que trabajara en lo que lo hacía, simplemente me limitaba a hacerlo. - Son fascinantes, no puedo evitar pensarlo. De un modo totalmente extremo, a decir verdad. Sus mentes funcionan de manera distinta, como si estuviésemos sintonizados de otro modo. Tienen sus propias normas de conducta, y sólo sienten remordimientos al romperlas y no al hacer lo que a cualqueira de nosotros nos afectaría, como hacer daño a alguien o algo así. - comenté recordando mis experiencias con ellos. Uno de ellos podía no sentir nada si me partía un brazo o si me disparaba, pero si como decía él "dañaba la imagen de mi cuerpo" se sentía sucio y mal. Curioso, como mínimo.

OFF: No pasa nada, yo también he estado bastante ocupada últimamente. Lo importante es que ya hayas vuelto.

Fruncí levemente el entrecejo, con una sonrisa de medio lado.
-Sí, serían una compañía excelente. Siempre y cuando no intentasen matarte o hacer que vendieses tu alma, claro -bromeé.- Los que no lo serían tanto serían los ángeles. Creo que encajan más con un funeral...Curioso, ¿no? Se supone que ellos están aquí como representantes de Dios, para cuidar de los hombres y vigilarlos, y al parecer casi daría lo mismo poner un ladrillo...
Sacudía la cabeza, pues al mencionar al ladrillo había acudido a mi mente el ladrillo cabreado y me había desconcentrado.
-Me temo que los ladrillos no serán lo mismo nunca más -murmuré, sacudiendo la cabeza para sacarme la imagen de encima.
Reí por lo bajo.
-Sí, lo de aprenderse las legislaciones y los códigos es algo que a la mayoría le echa para atrás. Pero no es tan malo, en realidad. No más que aprenderte las distintas patologías mentales y sus posibles síntomas y causas.
Mis ojos vagaron por la estación, pensativo al oír lo que decía.
-Supongo que es su realidad, distinta de la de los demás.Y, sin embargo, cabe preguntarse qué es lo que funciona de un modo distinto en ellos y qué les lleva a comportarse de ese modo...
Sonreí.
-Creo que a todos los cazadores, lo que en realidad nos lleva por este camino, es la necesidad de detener a aquellos que hacen el mal. Eso que de pequeños hacía que nos gustasen esos juegos del bien contra el mal, al crecer y descubrir este mundo nos lleva a introducirnos de lleno y querer atrapar a los malos de verdad.

Off. Gracias por la comprensión ^^

- Pues cambiemos a los ángeles por ladrillos, entonces, pues estoy de acuerdo contigo que en que para lo que hacen daría igual ese pequeño intercambio. - comenté con una sonrisa. Luego escuché su comentario acerca de mi elección de carrera, y asentí suavemente. - Toucheé. - admití apoyando las manos en las caderas y alzando las cejas, curiosa. - Es cierto, me costó la vida aprenderme todo eso. Los tochos que me tenía que estudiar en la carrera podían servir más como armas o como apoyos para estabilizar una mesa coja que como libros, porque vamos, eran bastante infumables. - comenté recordando mis años estudiantiles, en los que casi me había dado por vencida en innumerables ocasiones. Por desgracia para mí, era demasiado testaruda, y una vez empezaba algo me decidía a acabarlo costara lo que costase. - Pero cuando mejor se me quedó fue en la práctica, cuando tuve la oportunidad de estudiarles en persona. - acabé diciendo. Tambiéne scuché lo que dijo de la infancia de los cazadores, y solté una risita. Yo nunca había sido una chica empecinada en castigar a los malos y hacer vencer al bien siempre. - Tampoco era yo demasiado rígida en esas cosas de pequeña. Nunca lo he sido, de hecho. Me educaron no para castigar a lo negro y alabar lo blanco, sino para aprender a considerar todas las clases de grises existentes. Así que supongo que en ese caso soy algo distinta a la mayoría de los cazadores, pues yo no mato porque sea una criatura sobrenatural, sino por si sus intenciones son o no buenas. - expliqué encogiéndome de hombros.

OFF: De nada

Asentí pensativo.
-El caso es que no creo que se dejen cambiar -dije, con sorna.
No me imaginaba a Castiel o a Uriel aceptando ser cambiados por un ladrillo, ni siquiera por otro ángel así que...
Sonreí abiertamente y me llevé la mano a la cabeza, para revolverme un poco el pelo.
-Esos libros si que son peligrosos, y no las pistolas ni nada parecido. Recuerdo haber hecho pesas con un par de ellos y al día siguiente encontrarme con más agujetas que si hubiese corrido una maratón.
Era cierto: una de las cosas más raras que me había convencido de hacer Jess era de aceptar la apuesta de un amigo que consistía en eso. Nunca más se me había ocurrido repetir la experiencia, por supuesto.
-Era difícil aprenderse todas aquellas legislaciones, atenuantes y demás. Nunca llegué a entrar en la Escuela de Leyes, así que mucho menos pude hacer prácticas, pero supongo que me habría quedado mejor. Lo que uno aprende en la práctica, lo hace mejor que sobre el papel.
Sonreí, pues me había entendido mal.
-No me refería a una obsesión, aunque seguramente habrá más de uno para el que así fuera, si no a ese gusto por esos juegos que siente todo niño pequeño. Pero en mi caso, crecí enfrentándome a esas cosas. Nunca fue un juego para mí, y por ello no me gusta matarlas porque sí. Solo destruyo a aquellas que dañan a las personas, y aún así es duro...

- No, verdaderamente veo un poco difícil eso de cambiarles. - asentí con una mueca de falso fastidio pintada en la cara. A veces me gustaría hacerlo, de hecho, pues para que los que hubiera conocido se hubieran limitado a avisarme de la presencia de un demonio que me querría matar (algo que dado mi trabajo era lo más normal que me podía pasar) prefería pasar del tema, la verdad. Cuando me contó la batallita con los libros primero abrí mucho los ojos, sorprendida, y después me eché a reír. En cuanto me calmé un poco suspiré. - Tendrás que enseñarme algún día el producto de ese entrenamiento para ver si me merece la pena aficionarme a él, que aún tengo bastantes de esos tochazos guardados por ahí. - dije haciendo un gesto lánguido con la mano. - Una verdadera lástima que no llegaras a entrar, pues estoy segura de que habrías sido bastante bueno en el mundo del derecho. - le dije con una sonrisa. Sí, era muy cierto que todo se acababa haciendo mejor con la práctica. De nuevo yo era la viva imagen de eso. - Te he dicho lo de esa gente porque me ha tocado tener trato con cazadores muy extremistas y muy bestias en ese aspecto, y es mi experiencia personal, no por otra cosa. Yo también crecí enfrentándome a ellos, y por ello sé lo que sientes. - comenté apoyándole una mano en el hombro para darle mi apoyo. - Pero llegué a un punto en el que ya ni me costaba, y ahí fue cuando decidí que necesitaba dejar la caza por un tiempo para centrarme en otras cosas. Luego volví, y a decir verdad sigue resultándome sorprendentemente fácil, aunque no tanto como cuando lo dejé por priemra vez.

Reí al ver su gesto de fastidio.
-Una pena -asentí, imitando su mueca.
No era que pensase que los ángeles eran unos completos inútiles. Tan solo creía que estaban demasiado preocupados en sus asuntos y apenas dedicaban uno o dos pensamientos a los mortales comunes y corrientes. Y a los cazadores solamente se les aparecían cuando necesitaban echar mano de ellos para algún asunto concreto, sin resultar nunca de demasiada ayuda para nosotros.
Acompañé sus carcajadas al recordar yo mismo aquel acontecimiento.
-No te lo aconsejo. El esfuerzo no merece los resultados, sinceramente. Acabé odiando aquel libro más que ninguno.
Fingí horror al escuchar que aún guardaba algunos libros.
-No, quémalos y deshazte de ellos lo antes posible -aconsejé.- Antes de que causen daños mayores.
Suspiré. ¡Cuántas veces había pensado eso yo mismo! Y todas ellas me había dado cuenta de que no podría volver a aquella vida aunque quisiese, que ya no era ese tipo y nunca más lo sería.
-Me temo que eso nunca lo sabremos -repuse, con voz neutra.
Asentí, yo también había tenido tratos con aquella clase de cazadores.
-Es lo que más abunda en este mundo. Supongo que hace falta ser un tanto extremista para soportar todo esto de una pieza. Aunque no estoy del todo seguro de que la mente de todos ellos esté intacta.
Incliné la cabeza en su dirección, agradeciendo el gesto de apoyo.
-Supongo que no es tan malo que te resulte algo fácil. Es preferible ello a estar todo el tiempo sintiendo remordimientos por haber hecho lo que debías.

Los ángeles para mí eran demasiado rígidos. En ese sentido prefería a los demonios, pues tenían una gran capacidad de adaptación. No se limitaban a venir al mundo y observarlo desde fuera, sino que se adaptaban a él, aunque sólo fuera para poder llevar a cabo sus planes mejor. Los ángeles permanecían ajenos a nosotros, y eso era principalmente lo que me molestaba y fastidiaba cuando trataba con ellos. - es que me revientan, verdaderamente. Si se van a meter en una lucha contra los demonios, ¡que se impliquen un poco con los otros que participamos en ella! - exclamé, molesta por ellos. A pesar de estar en el mismo bando parecíamos bandos independientes, y eso nos podía perjudicar mucho. Luego cambié de tema, sonriendo a lo que me había dicho de quemar los libros. - Más de un invierno he estado tentada, de hecho, pues como calefacción estoy segura de que no tienen igual. - comenté de manera prgamática, encogiéndome de hombros. Me di cuenta de que le dolía hablar de lo que su vida podía haber sido, así que dejé de lado el tema. - No, en muchos casos su mente está muy lejos de estar intacta. Experiencia profesional. - comenté yo, soltando un suspiro. - No sé qué decirte de que sea mejor que me resulte fácil, pues me gustaría sentir algún remordimiento de vez en cuando. Me ayudaría ser más...humana, no sé. A veces tengo la sensación de que me estoy deshumanizando progresivamente, y eso no es algo que me agrade demasiado. - confesé con un escalofrío.

Asentí, pues pensaba lo mismo aunque no lo expresase de un modo tan vehemente. El estar en la guerra ambos bandos debería hacernos más fuertes, pero del modo en que actuaban los ángeles, sin aparentemente implicarse y a veces hasta entorpenciendo en cierto modo la labor de los cazadores, hacía que fuese cada vez más y más probable que la cosa acabase en desastre, con ambos bandos destruidos y los demonios campando a sus anchas por la Tierra.
-Es verdad. Si actuamos divididos, la guerra acabará mal, y la Humanidad al completo será la que pague las consecuencias, nos los ángeles.
Sonreí al imaginarme los libros de la Facultad ardiendo en el fuego. Bueno, los míos no sabía dónde estaban ni que había sido de ellos. Probablemente hubiesen sido quemados en el fuego que prendió Azazel en mi cuarto, y que mató a Jess en el proceso.
-Eso está claro. Con la cantidad de papel que tienen, harían una buena llama...-dije, con un gesto un poco ido al final, pues no quería pensar que mis libros hubiesen contribuido a la muerte de mi novia.
Pensé en Gordon, que había matado a su propia hermana, y asentí.
-Alguien así no podría tener la mente intacta, eso es cierto -musité.
Suspiré profundamente u posé mi mano en su hombro, igual que ella había hecho antes.
-Nunca pienses eso. Cada uno es como es, y no por eso te hace menos humana. Tienes que desarrollar una coraza para sobrellevar todo eso que pasas cada día, y no es malo el no sentir arrepentimiento. No te hace menos humana, créeme -remaché, mirándola a los ojos.
Yo mismo tenía sangre de demonio, ¿me hacía eso menos humano? Al menos, ella no tendría ese problema nunca.

- Pero beuno, ya sabemos cómo son y que no tienen remedio. Si supiera que hablando con ellos e intentando razonar íbamos a llegar a algún sitio al menos lo intentaría, pero es que les conozco demasiado bien a pesar de los pocos encuentros que hemos tenido. Son más testarudos que un ladrillo. - dije sin pensar demasiado en lo que estaba saliendo de mi boca. Luego me paré en seco, me di cuenta de que había usado nuestra palabra tabú particular y me eché a reír, no sin antes haberme quedado mirándole a los ojos como disculpándome. - Lo siento, se me ha escapado. - me disculpé entre risas. - Una llama tremenda, si me permites añadir. - continué cambiando de tema una vez dejé de reír, aunque no pude evitar mantener la sonrisa de mi cara. Luego se me volvió a serenar el semblante al mencionar el tema de los cazadores psicóticos, y recordé a uno de ellos en particular, un conocido de mi abuelo llamado Markus al que tuve que frenar yo misma después de que intentara matar a mi ex. No llegué a matarle, pero casi. Al que sí tuve que matar fue a mi novio, pues no pudo con la transformación en hombre lobo y no quería verle sufrir. Solté un suspiro. Aún me dolía, a pesar de saber que había hecho lo correcto. Por eso agradecí su gesto de apoyo, pues a pesar de todo detalles como ese me hacían recordar lo que significaba verdaderamente ser humana. Le sonreí. - Gracias, Sam. - le dije, de corazón.

Eso era lo malo. Con uno o dos encuentros ya habíamos calado a los ángeles, y era una lástima que los siervos de Dios no practicasen ni la paciencia, ni la caridad ni nada semejante. Por no practicar, no practicaban ni siquiera una emoción.
A ese respecto, los demonios les vencían por goleada: eran más emotivos, más semejantes a los humanos aunque solo fuese por imitación. Aunque claro, los demonios habían sido humanos antes, hacía tanto tiempo que lo habían olvidado ya. Almas torturadas en el infierno durante tanto tiempo que al final habían comenzado a dañar a otras para no seguir con aquel tormento.
Negué con la cabeza.
-No me extraña que la gente crea más en demonios que en ángeles, teniendo en cuenta los comportamientos de ambos. Y sería una absoluta pérdida de tiempo el intentarlo, lo más seguro es que al final ni recibieses una respuesta.
De pronto, ante la mención de la palabra ladrillo, mi mente evocó al ladrillo furioso y me dio un ataque de risa. La palabra tabú.
-No pasa nada, pero no lo hagas muy a menudo o mi estómago lo sufrirá -dije, agarrándomelo con suavidad.
Ante mis ojos apareció el fuego de mi habitación, el que consumía a la mujer a la que había amado, y también muchos otros fuegos: el de todos los fantasmas a los que había destruido, el de la pira de mi padre...
Mis ojos se velaron un tanto, mientras mi sonrisa se enfriaba un poco.
El fuego era algo más que habitual en la profesión a la que ambos nos dedicábamos, casi más que la sal, el agua bendita o las balas. Con fuego se destruía definitivamente un fantasma, un rugaroo y cientos de cosas más.
Con fuego se destruía una vida normal y corriente, y de las cenizas surgíamos los cazadores, ya no los mismos que antes de que aquello pasase.
Por eso, muchos eran seres incompletos por dentro, pues en el proceso se habían perdido partes esenciales de su carácter, y que los convertía en dementes obsesionados única y exclusivamente con destruir lo sobrenatural, como una venganza.
Devolví la sonrisa con cariño.
-No es nada.
Nadie se merece pensar que cualquier cosa que diga o haga lo deshumaniza. Nadie en absoluto, pues es una condena peor que el infierno; vivir odiándose a uno mismo por no ser como los demás humanos era terrible, y más aún si al final no había motivo real para tal cosa.

- Me fastidia bastante que siendo los seres en teoría más eprfectos de la Creación no cumplan ninguna de las cosas que se nos han impuesto a los humanos o si no arderemos en el Infierno. Claro, como ellos no van al Infierno... - dije molesta. Sabía que si bajaban a la Tierra al haber perdido su gracia podían morir como humanos y descender al inframundo, pero decidí ignorar la opción por no ser nada común. - No lo intentaré, créeme, que sé reconocer causas perdidas. - comenté a lo que había dicho. Siguió mis risas también, aunque me pidió que intentara evitarlo, por su salud más que nada. - No quiero matarte de una úlcera, Sam, así que trataré de evitar la mención de los la... de eso. - acepté asintiendo. Casi se me había escapado la palabra tabú de nuevo, y a pesar de todo la situación era demasiado hilarante como para no reír, así que solté una otra risilla, sin querer evitarlo. Su semblante se había ensombrecido al pensar probablemente en una mala experiencia relacionada con el fuego. No iba a engañarme: había oído rumores de lo sucedido a determinadas personas, relacionada con incendios en sus habitaciones y con un demonio del que sólo conocía el nombre, Azazel. No quería inmiscuirme, pero tal vez él estaba relacionado con ellos de algún modo. Sentí curiosidad, pero la contuve. No quería ser yo la que sacara recuerdos duros a la luz. Le sonreí ampliamente, dándole mi apoyo. Podía contar con mi apoyo.
Cambié el peso de un pie a otro y me di cuenta de que se estaba haciendo tarde y él probablemente estaría cansado, así que decidí intervenir. - ¿Te apetece que vayamos a un bar a tomar algo? Me aburro de estar en la estación todavía. - dije.

Lo cierto era que la situación de ángeles y humanos en sí era enervante: ellos eran los seres perfectos creados por Dios para proteger a los humanos, que éramos sus hijos. Pero a decir verdad, los ángeles protegían a los humanos en muy contadas ocasiones, y al parecer solo cuando les era conveniente. Parecía que, o bien Dios no les había especificado su tarea, o ellos pasaban de todo y hacían lo que les venía en gana. Cosa que no parecía probable, teniendo en cuenta su carácter.
-La presencia de un posible castigo sirve para lograr que las personas intenten algo con más fuerza -reflexioné.- Lo cierto es que ellos no están amenazados con nada, así que ¿por qué causa deberían esforzarse?
Sonreí de medio lado al oír sus palabras.
-Se ve que eres una persona sensata, por algo te hiciste psicóloga.
Maldición, aquella palabra iba a ser un tormento constante en mi vida a partir de aquella pequeña conversación. Nunca podría volver a mirar a un ladrillo de la misma forma, y si alguna vez Dean se enteraba seguro que me atormentaría hasta el límite como solo un hermano mayor sabe hacer.
-Por favor, no me hagas suplicar -musité, poniendo cara de sufrimiento.- No lo digas más.
Pero estuvo a punto de decirlo y de nuevo ambos estallamos en carcajadas, supongo que en parte también por lo absurdo de la situación.
Me di cuenta de que había percibido en parte mi ánimo sombrío y que me miraba con un punto de curiosidad, pero no dijo nada y, en el fondo de mi corazón, se lo agradecí con fuerza. No sabría qué inventar si alguien quisiese saber algo sobre ello, sobre mis malas experiencias con el fuego.
El fuego, que para muchas culturas era un regalo divino, para mí era un castigo de los infiernos, un tormento que me arrebataba todo lo que yo amaba.
En el fuego del infierno había ardido mi padre...y mi hermano después, aunque los ángeles le hubiesen rescatado.
Devolví su sonrisa, que me ayudó a salir de esos oscuros pensamientos, y advertí su balanceo incómodo de un pie a otro. Llevábamos bastante rato allí charlando y se había echo tarde. Sugirió ir a tomar algo, pero en ese momento advertí el cansancio de mi cuerpo con más fuerza que antes...y también el hecho de que Dean no había llamado todavía.
-Muchas gracias, pero la verdad es que tengo que buscar a Dean y buscar un lugar en donde pasar la noche. Pero si vas a estar un tiempo por aquí puede que tengamos otra ocasión -le sonreí.

La verdad es que la perspectiva con los ángeles no era excesivamente buena, pues ellos no eran la clase de personas que se rebelarían contra el plan de Dios o quienfuera que les guiara, así que no resultaba demasiado esperanzadora la perspectiva de que aquel Dios no se preocupara por nosotros en absoluto. - En eso tienes razón. Las personas reaccionamos siempre mejor cuando nos amenazan con hacernos sufrir algún tipo de castigo que cuando gozamos de libre albedrío. - añadí a lo que él había dicho al respecto. Ni siquiera había tenido que estudiar una carrera para saberlo, pues era algo muy evidente. - Gracias por lo de sensata. - le dije encogiéndome de hombros con gesto amable. Muchas veces no lo parecía, pero en el fondo verdaderamente lo era. Y mi elección de carrera, en ese aspecto, había sido tremendamente acertada, al parecer.
Su expresión fue un auténtico poema al mencionar los ladrillos de nuevo, aquella nueva palabra que habíamos de evitar por todos los emdios y que al parecer sólo éramos capaces de rememorar más y más. Estallamos en carcajadas y yo suspiré, mirándole con aún restos de diversión en mi cara. - Intentaré hacer el esfuerzo, Sam. - le comenté. Me imaginaba que si Dean se enteraba la cosa podía acabar mal para Sam, pues parecía que se llevaban un poco como el perro y el gato.
No me suponía ningún problema no preguntar al respecto, pues supuse que en caso de que llegáramos a coger más confianza me lo contaría si veía la necesidad. Yo no quería presionarle con eso, así que no lo hice. Escuché su respuesta a mi sugerencia, y tuvo sentido también por su aspecto agotado. Asentí, comprensiva. - Tenía intención de quedarme por aquí algo más de tiempo, así que cuando quieras quedamos y vamos a hacer algo, o dar una vuelta o tomar un café. - le dije con una sonrisa. Luego suspiré, cansada. Me vendría bien volver al motel. - Toma mi móvil, por si acaso. Siempre puede venir bien. - le dije alcánzandole un papel en el que había escrito mi número. Él me dio otro con el suyo y yo sonreí de nuevo, ya lista para irme. - Pues entonces ya nos veremos, Sam. Ha sido un placer conocerte. Acabé diciendo. Me despedí con un gesto de la mano y me giré en dirección contraria, con el mismo gesto que él también había hecho, y me dispuse a salir de la estación para llegar al motel, imaginándome que él haría lo mismo. Había sido una conversación interesante, y sin duda tenía ganas de quedar de nuevo con él.

OFF: TEMA CERRADO