AA (Libre)

Creía en Dios aunque no en la iglesia como institución, me consideraba una de esas personas que sólo rezaba cuando estaba metida en un buen percal y no sabía a que más recurrir... Aquella tarde/noche me había dejado caer por el sótano de la iglesia, casi de incógnito, para informarme sobre las reuniones de alcohólicos anónimos ¿Me consideraba alcohólica? No, pero cada vez sentía que no quería una copa, si no que la necesitaba y eso afectaba a mi vida, a mi trabajo y, sobre todo, a mi relación y no podía seguir permitiendo que eso pasara.

Por supuesto, fui incapaz de entrar a la reunión, miraba a la gente que había allí y no lograba imaginarme hablando de mi ante ellos, yo nunca hablaba de mi con nadie ¿cómo se supone que sería? Hola, me llamo Kyra y soy alcohólica y, además, cazo seres sobrenaturales... como que no.

La iglesia nunca había sido mi lugar preferido para estar en el pueblo. Creía en Dios porque no había más remedio, dado que ya que existían tanto Lucifer como los ángeles algo me decía que tenía que haber un Dios, pero aún así me resultaba absurda la idea de la mera institución, como si yendo a un lugar predeterminado fuera a escucharnos, como si no pasara de nosotros tanto como lo hacía. Los demonios lo sabían y por eso iban ganando, porque al menos su líder se había posicionado en un lado del campo de batalla. Ante eso, ¿qué opciones quedaban? La neutralidad imposible, porque en el Apocalipsis global todos íbamos a tener que posicionarnos si no queríamos morir sin presentar batalla. Quedaba o el bien o el mal, y dado que por mis actos de los últimos cuatro años (iniciados por mi querida Odette al hacerme una maldita adicta a su sangre y continuada por mi falta de reparos a la hora de asesinar a quien hiciera falta para beber más de aquel preciado líquido) yo había elegido el mal, claramente, no tenía ni idea de qué podía haberme hecho ir a una iglesia, precisamente a mí.
No me adentré en el edificio en sí, sino que más bien caminé por un pasillo lóbrego hasta bajar al sótano. Allí había bastantes salas en las que había carteles con la información de las terapias de grupo que había en cada lugar, y francamente eran divertidas. Pobrecillos humanos que estaban enganchados a loas drogas, el alcohol, el sexo o lo que fuera...¡y una leche! Ellos no sabían lo que era la sed se sangre y de poder, como la que sentía yo diariamente. Y afortunados que eran. Me preguntaba cómo se pondrían si se enteraran de que mi adicción era la sangre de demonio. Probablemente no me creerían, aunque eso entraba dentro de lo esperable.
Una chica, fuera de la sala destinada al alcoholismo, llamó mi atención. Parecía reticente a entrar, como si supiera que aquel no era su sitio o que no la iban a creer. Pero algo en ella, tal vez la reticencia que mantenía o simplemente un instinto que me atacó por suerte, me dijo que ella no era como el resto de personas que había por allí. Bueno, podía llegar a ser divertido. Me acerqué hasta quedar frente a la puerta, a su lado, como preguntándome si entrar o no. – Creo que esto del alcoholismo no es mi fuerte, aunque esto es lo que más se acerca. – dije en voz alta, sin pensar. Al menos había sido sincera, y eso que nada podía compararse con la sangre de demonio.

Pasé de debatirme entre si entrar o no en ese cuarto a tratar de escuchar algo de lo que se decía al otro lado de la puerta. Un pobre desgraciado hablaba al resto de pobres desgraciados de lo mal que le habían ido las cosas desde que había comenzado a beber. Había perdido su trabajo, su mujer le había dejado, sus hijos le odiaban y no podía seguir pagando las facturas de sus casa porque se había arruinado ¿y yo debía sentir pena por él? Habían sido sus propios vicios los que lo habían arrastrado a ese pozo sin fondo, si ni siquiera sentía pena de mi misma, no me apiadaría de él... definitivamente la iglesia era el mejor lugar para ubicar todas aquellas terapias, la falsa sensación de perdón debía hacer más sencillo el hablar sin tapujos.

Salí de mi ensimismamiento a escuchar que una voz diferente comenzaba a narrar su triste historia, mi lugar no estaba ahí, todavía no había llegado al punto al que habían llegado esas personas, había superado cosas mucho peores sola, esa no podía ser una excepción. Comencé entonces a pensar en Jeremy y en todas las veces que me había explicado él que no sólo necesitaba sangre para sobrevivir, si no que necesitaba sentir el subidón de morder... para él no había terapias, pero no era lo mismo, estaba en su naturaleza vampírica, yo bien podía haber elegido vivir a base de refrescos de cola y no de JB.

De nuevo estaba ensimismada, pero esa vez volví a bajar de mi nube al escuchar una voz justo a mi lado, una jovencita morena estaba de pie a mi lado y parecía tan poco dispuesta a entrar como yo. -No creo que el alcoholismo sea el fuerte de nadie- más bien todo lo contrario, era el peor de sus puntos débiles. -¿Vas a entrar?-

No, la verdad, cosas como la adicción al alcohol no podía ser algo que una persona eligiera por hobby, porque simplemente estaba aburrida y se decía ¿qué hago hoy? Sí, voy a hacerme alcohólico, a falta de plan mejor. Como que no. Aunque en muchos casos sí que eran responsables ellos mismos de recurrir al alcohol como última opción cuando la vida te deja como única salida un medio para evitar el dolor. Les comprendía, por mucho que me fastidiara, porque tenía más en común con ellos de lo que a simple vista parecía. Vale, la sangre no era lo mismo que el alcohol ni por un instante pretendía que lo fuera, pero aún así coincidíamos en que en un momento determinado de nuestras vidas no habíamos podido más con la culpa o la carga que nos corroía y habíamos buscado la salida en lo que menos nos convenía. Claro, en su caso no habían tenido a un demonio torturándoles y casi obligándoles a beber su nueva droga. No, lo habían elegido por sí mismos, y punto final, tema finalizado, lo que sea.
Me preguntó si iba a entrar, y le eché un vistazo rápido a la sala. Gente vulgar con problemas vulgares, que si no llegaban a fin de mes, que si sus parejas les odiaban, que si no se controlaban a sí mismos... Nada que mereciera la más mínima atención por mi parte, o al menos que me pudiera resultar de ayuda para salir del bache en el que estaba metida. Si el primer paso para combatir una adicción era admitir que la tenías, yo llevaba años habiendo superado aquel pequeño paso, porque lo sabía de sobra. Sin embargo me había quedado allí estancada, y ni siquiera aquellos consejos podrían ayudarme con lo mío. Porque vamos, entrar y preguntar ¿alguien sabe qué tengo que hacer para desengancharme de la sangre de demonio? sería cómico, como mínimo. Mejor no hacerlo para no montar alguna que se viera, mi maldita especialidad de los últimos años. Y no parecía que fuera a cambiar demasiado. – Paso, la verdad, porque mi problema requiere de algo más que una simple terapia de grupo. – le dije, encogiéndome de hombros. Por ejemplo de volver a sentir remordimientos, como me pasaba alguna vez, o también desintoxicándome de la maldita sangre, que tanto necesitaba. – Y me da la ligera impresión de que tú tampoco vas a entrar, así que si aceptas mi sugerencia, creo que lo mejor será salir a tomar el aire un rato. Al menos yo lo haré. Había algo en ella que me resultaba curioso, como si supiera que ella podría creerme si le contaba lo que me pasaba. Creer no implicaba aceptar, pero aún así tenía esa impresión. En cualquier caso salí de allí, sin saber si me seguía o no y, parada en la puerta de la iglesia, me encendí un cigarro. Ah, bendito vicio que hacía tanto tiempo que no ponía en práctica. Mira, una ventaja de la sangre de demonio. Me mantiene tan adicta a ella que ya casi había olvidado el mono de nicotina. Bueno es saberlo.

Me quedé un tanto pillada cuando me dijo con toda tranquilidad y hasta demostrando algo de indiferencia encogiéndose de hombros, que su problema necesitaba mucho más de lo que podían ofrecerle en las terapias de grupo de la iglesia. Eso me decía varias cosas sobre ella, la primera, que era plenamente consciente de que tenía una adicción, lo que se suponía el primer paso hacia la complicada y lenta recuperación; la segunda, que estaba enganchada a algo fuerte pero que no era la bebida y la tercera, que le importaba una mierda la terapia o no se habría marchado de allí tan rápidamente como había aparecido.

Sin embargo su sugerencia de salir fue el motivo que necesitaba para terminar de convencerme de que aquel no era mi sitio, de que no pintaba nada allí aunque en el fondo supiera que sí necesitaba algún tipo de ayuda. La perdí de vista en las escaleras, pero me la volví a encontrar fuera, ante la puerta, encendiéndose un cigarrillo. La nicotina también era uno de mis vicios desde hacía ya bastantes años, pero en los últimos meses había reducido bastante a medida que iba aumentando el consumo de alcohol. Saqué el tabaco del bolso y la imité, mirando al frente, sin concentrarme en nada en particular.

La morena parecía fría, distante y un tanto engreída, o esa impresión me había dado, pero lo que no parecía era una adicta. Sabía que la gran mayoría de las veces las personas no eran, para nada, lo que dejaban ver a los demás y lo había aprendido a base de mentiras y engaños, el único modo que conocía para haber ocultado durante tanto tiempo a qué me dedicaba, método que seguía usando para encubrir mis cada vez más frecuentes errores. -Quizás deberíamos apuntarnos a fumadores anónimos...- musité, sin prestar demasiada atención a su reacción, no pretendía ser chistosa, era un simple comentario, el tabaco también era malo, pero como sus efetcos secundarion no incluían ni ponerse violentos ni pegar a los críos, pues la gente no lo veía tan mal.

Al final, y para mi sorpresa, decidió salir conmigo fuera de la iglesia. No era algo personal o simplemente basado en que aquellas terapias no pudieran ni comenzar a entender mi problema (ni mucho menos solucionarlo, por supuesto, porque eso sería aceptar que los demonios existían de una manera que hacía que su Dios quedara en muy mal lugar), sino que más bien se debía a que mi naturaleza actual hacía gala de sus particularidades de nuevo y rechazaba las iglesias. En sí no me hacían daño, porque no era un demonio completo, pero me causaban un rechazo bastante irracional, que no podía evitar. Cosas que pasan.
Se sacó su propio paquete de tabaco del bolsillo y me imitó, poniéndose también a fumar. Sentir el humo dentro de mí, contaminando mis pulmones lentamente mientras lo inhalaba y lo exhalaba con tremenda calma contra el aire de la noche, era una imagen que más o menos podía considerar tranquila. El mono de una cosa podía sustituirse por el de otra, un detalle que había aprendido hacía tiempo y que me había servido para no volverme loca tratando de vivir con mis múltiples adicciones luchando por dominarme a mí en lugar de al revés, como debía haber sido. ¿Y con eso qué había conseguido? Hacerlo todo más llevadero, pero tampoco mucho más. Estaba demasiado jodida como para que algo pudiera resultar bueno o, como mínimo, agradable, y sobrevivir (o más bien malvivir) durante cuatro largos años me había hecho darme cuenta de lo mal que estaba, en realidad. Y ninguna intención de cambiarlo siempre y cuando me proporcionara placer inmediato, todo hay que decirlo.
Soltó un comentario que, sin pretenderlo, resultó gracioso en sí. Una buena idea, eso de los fumadores anónimos, porque era la única cosa en la que sí que podrían ayudarme, más bien porque la adicción era algo que compartían muchas personas y que no contenía nada sobrenatural que la gente pudiera temer o no comprender. Tal vez me lo pensara, y todo, aunque sabía que probablemente si me metía a ese grupo, del grupo al cabo de un par de días sólo iban a quedar sus cadáveres desangrados y yo regodeándome tras haber obtenido mi sangriento botín. Como que no compensaba, la verdad. – Yo no sé tú, pero creo que el grupo que mejor se adapta a mí es el de rehabilitación para quien tiene problemas de hombres. Y tanto, porque ese había sido el detonante de mi pequeño problema actual. Y pequeño, por supuesto, es un eufemismo como una casa de grande.

Toda mujer, en algún momento de su vida, lo necesitaría -Ese sería, sin duda, el mejor grupo de terapia de toda la historia- no lo dudé ni un instante, la respuesta salió de mi casi sin pensarla. Vale, tenía novio, llevaba cuatro años con el mismo chico y le quería, estaba y enamorada y blablablá... ¿pero cuántas veces antes de conocer a Jeremy me había topado con tipos que eran unos verdaderos cabrones? Prácticamente todos los tíos lo eran y durante bastante tiempo Jeremy había sido mucho peor que todos ellos juntos... además, pasaba del amor a la obsesión y ya no hacíamos más que discutir y reconciliarnos y por mucho que me gustara la parte de la reconciliación, cada vez que discutíamos me hundía un poco más.

Me miré los zapatos y esbocé una pequeña sonrisa mientras negaba con la cabeza, a veces ni tener a alguien a tu lado era suficiente. Si te abandonan te hundes y bebes, si están contigo y las cosas van mal, también te hundes y bebes... era uno de esos círculos vicionsos que abocadan a una a la soledad y la botella, que triste ¿pero a caso pedía comprensión a un grupo de extraños? No, claro que no, tenía que ser yo la que arreglara todo lo que había en mi cabeza para poder salir de aquello. Ir allí había sido una tremenda estupidez.

¿De la historia? Sí, sin duda, porque no hay nada que cause más adicción y que sea más perjudicial para cualquier mujer, da igual su nacionalidad, cultura, raza o edad, que un hombre. O una mujer si es lesbiana o bisexual, pero para el caso es lo mismo. El amor, oh alabado sentimiento por poetas, artistas y pintores que es peor que la más dura de las drogas. Tiene la capacidad de hacerte rozar el cielo con los dedos para, segundos después, arrastrarte de nuevo hasta estamparte en el maldito infierno. Y aún así somos incapaces de dejarlo, es demasiado para nosotras ese subidón que a veces, cuando está de buenas el caprichoso sentimiento, nos hace sentir. Eso parece compensar los malos momentos, como si un corazón roto o toda la mierda que sale de una mala relación pudieran arreglarse simplemente con eso. Ilusos que somos todos.
Agachó la cabeza y supe que, a pesar de todo, había dado en el clavo. Pero a ver, siendo sincera, ¿cuándo un problema de adicciones a algo no había sido por culpa de problemas de amores? Pocas, poquísimas veces, contables con los dedos de una mano. Yo no era precisamente una de esas malditas excepciones porque, si lo pensaba bien, había sido el dolor lo que me había llevado hasta el límite, hasta el borde del precipicio, y luego sólo habían sido los estímulos adecuados los que me habían hecho caer en picado, justo como estaba haciendo ahora. Y lo peor de todo era que no sabía cuál iba a ser el final de mi caída, porque todo estaba demasiado oscuro como para poder ver el fondo de aquel abismo sin final aparente. ¿Conclusión? Estaba bien jodida, y la razón primera de todo aquello había sido precisamente un hombre (dos, en realidad, pero para el caso lo mismo). Si tan solo aquel grupo hubiera existido, yo ahora no estaría tan mal como estaba. Vaya por Dios.
– No es por contarte mi vida, que sé que no te interesa lo más mínimo, pero te digo por experiencia personal que los problemas de hombres son lo peor que te puede pasar y, hagas lo que hagas, tendrás que sufrirlos. El secreto está en aprender a llevarlos por el buen camino, cosa que yo no hice y por eso me ha pasado lo que me ha pasado: estoy metida hasta el culo en algo que es mucho más grande que yo y de lo que no puedo salir. – comenté en voz alta, encogiéndome de hombros y siguiendo con mi cigarro, al que daba caladas ocasionales de vez en cuando.

Escuché con atención lo que me dijo, cierto, no solía importarme una mierda la vida de la gente que no conocía, de hecho, me daba bastante igual la vida de gran parte de personas con las que sí me trataba, pero había algo en ella, o quizás en el contexto en que nos habíamos encontrado que me hacía sentir cierto interés.

Sin duda el mal de amores, tan temido por todos, la había llevado a su propio límite y si se parecía un mínimo a mi y tenía aguante, cosa que no sabía, tenía que haber soportar pero que mucha presión para llegar hasta allí. Sentía cierto curiosidad por saber a qué terapia tenía pensado ir, aunque no preguntaría, no era para nada asunto mío y no tenía pensado regocijarme en la evidente miseria de otra para hacer mi vida un poco más llevadera, si daría resultado ni me resultaría ético... maldita ética.

No supe qué decir a aquello, que ya hubiera comprobado en mis propias carnes lo duro que era que un tipo te tratara como basura, no significaba que hubiera sufrido el peor de los desamores y esperaba no sufrirlo... ingenua de mi. Lo más gracioso, por decirlo de algún modo, fue que ella misma parecía saber el secreto para sobrevivir, aunque lo había descubierto tarde. -Me llamo Kyra- dije sin más, tendiéndole la mano, un gesto que con los años se había vuelto más común en mi, era todo el contacto que estaba dispuesta a tener con un desconocido en contextos como aquellos. -Gracias por el consejo...- añadí, sin pensar, no parecía mayor que yo, es más, parecía más joven ¿no se supone que tendría que ser yo la que parloteara diciendo verdades sobre la vida? Supongo que no me iba demasiado.

Tras escuchar mis palabras con atención pareció sumirse en sus pensamientos unos momentos, y yo hice lo propio. ¿Por qué le había contado eso precisamente a ella, una desconocida que además tenía todas las pintas de ser una cazadora? Vale, el aspecto no lo tenía, pero sí me lo decía mi instinto, ahora más fiable porque era una sensación de peligro más patente. Gracias, naturaleza medio demoníaca que no haces más que tocar las narices. Supongo que en fondo fue porque necesitaba desahogarme con alguien. Llevaba demasiados años guardándome todo para mí, no compartiendo nada de lo que se me pasara por la cabeza con nadie, y a pesar de que hasta entonces había tenido un aguante considerable (porque soportar todo ese tiempo con entereza había sido un auténtico desafío, y muchas veces, cuando mi anterior naturaleza amagaba volver a hacer acto de presencia, no podía soportarlo más) una ya llegaba a un momento en el que no podía más. Podía ser todo lo críptica que quisiera a veces, pero aún así a veces necesitaba expresarme con algo más que mis frases secas y contundentes habituales. Genial, había elegido el mejor día para ponerme a socializar, y más con alguien que vete tú a saber si quiere acabar conmigo o no. Mejor ocultar lo que soy (en lo que me he convertido, más bien) por el momento, no vaya a ser que sea de estas cazadoras que son capaces de matar a los medio demonios. Sí, será lo mejor.
Alargó la mano y se presentó como Kyra, y a pesar de que conocía a bastantes cazadores (por mi pasado como una de ellos), ella no me sonaba, tan siquiera. Tal vez me equivocaba y no lo era, pero aún así lo mejor era mantener la guardia alta. – Soy Amanda. – me presenté yo, respondiendo a su gesto y devolviéndole el apretón. También me agradeció el consejo, y yo me encogí de hombros. – No ha sido nada. – respondí, sin inmutarme. Volví la atención a mi cigarro, que andaba consumiéndose lentamente en mi mano, y en un par de caladas me lo terminé. Lo tiré al suelo y lo apagué con la bota, sin prestar demasiada atención. ¿Le habría pasado a ella lo mismo que a mí al terminar en aquella reunión? ¿Habría sido un hombre el causante de sus desgracias? Todo podía ser, y la verdad era que tenía curiosidad auténtica por saberlo, aunque no sabía si le agradaría que preguntara. Lo iba a intentar, de todas maneras. - ¿Estabas aquí por el tema del alcohol o simplemente necesitabas a alguien que te escuchara?

Me encogí de hombros, cada vez veía menos claro el motivo por el que estaba allí, es decir, era el alcohol ¿no? Pero ahora que ya estaba convencida de que había sido un error prefería fingir que había ido a parar allí por casualidad. -Lo curioso es que tengo a alguien que me escuche... pero no le cuento nada- vamos, que era una novia con muchos secretos, a pesar de que uno de los peores, el que implicaba directamente a Odette y el que más me remordía la conciencia, ya se lo había contado. -Así que por descarte sólo queda la opción de que sea una borracha- añadí, con toda tranquilidad, como quien dice de que signo zodiacal es o pregunta la hora ¿Las nueve y media, ya?¿Y tú también eres alcóholica? Que maravilla...

Miré de rojo a Amanda, quedarme mirando para ella fijamente mientras trataba de trazar un perfil más o menos realista sobre ella en mi cabeza podía parecer algo sospechoso. Había algo en ella que hacía que sintiera curiosidad y generalmente sólo sentía eso cuando se trataba de criaturas sobrenaturales a las que debía investigar y eliminar ¿no podía interesarme por gente normal?¿Cuántas posibilidades puede haber de cruzarte con un ser maligno en una maldita iglesia?¿Dónde quedaban los tópicos? Demonios malos: cementerios, personas buenas: iglesias.

Un punto a su favor era que sí, efectivamente tenía a alguien que la escuchara. Ya era elección suya decidir si quería contarle las cosas que le preocupaban o no, pero esa era una ventaja que ella poseía cuando, por ejemplo, yo no lo hacía. No tenía a absolutamente nadie cerca de quien le pudiera contar todo lo que se me pasaba por la mente (en muchas ocasiones cosas sádicas y extrañas, pero en otras sentimientos que ya creía olvidados pero que volvían cuando menos se les esperaba, para hacer la mayor cantidad de daño posible) sin que me creyeran una loca o, al menos, alguien que necesitaba ser eliminado de inmediato (es lo que pasa cuando tus amigos son o cazadores, que sólo quieren acabar con la vida de los medio demonios, o humanos, que harán lo posible por seguir en sus mundos ideales sin creer nada de lo que realmente pasa. El resto, o bien hace tiempo que no tiene contacto conmigo o bien no se consideran amigos). Menuda mala suerte la mía. Sin embargo, la opción de que yo fuera simplemente una adicta no era factible, al menos para mí. Ella podía ser una borracha y admitirlo abiertamente, pero mi caso era algo más extraño y complejo que el suyo. Al fin y al cabo, el tema de mi adicción no había surgido porque no tuviera a nadie con quien hablar de mis problemas, sino más bien porque éstos no habían hecho otra cosa sino aumentar durante el tiempo en el que menos me convenía, y me habían terminado por llevar a una situación límite en la que morir o elegir aquello eran las únicas opciones (y de hecho yo bien sabía que antes había querido morir hasta que Odette me convenció de la otra opción, su sangre, y claro, de ahí salió todo). Había elegido la vida, con unas consecuencias que a veces me pesaban excesivamente. – A veces me pregunto qué habría pasado de no haber tomado una decisión concreta, como si aquella decisión fuera la responsable de los mayores errores de tu vida. – dije en voz alta, sin demasiada atención. Pero es que era cierto, y estaba bastante segura de que a ella también le había pasado, de un modo u otro. Me entendía más de lo que resultaba lógico en una cazadora, teniendo en cuenta mi naturaleza. Y eso no me terminaba de gustar.

Esta vez no me corté, dejé de mirarla de reojo cuando creía que no estaba atenta para quedarme contemplándola fijamente, conocía la sensación de tener que esconder un dolor más profundo del que jamás hubiera pensando que podía soportar y también, al igual que todas las personas que han cometido un gran error, me había obsesionado con la idea de que ¿y si hubiera...?

-Nunca es una sola decisión... es todo lo que pasa antes, todo lo que te empuja a tomar una camino u otro- y el porcentaje de culpa también variaba, no todo era culpa de quien cometía el error, no estábamos solos siempre, a veces teníamos amigos, familia y otros, por desgracia, había gente esperando vernos fallar, caer, o alentando esa caída... pero con tanta gente alrededor estar sola es defícil, sentirse sola ya es diferente. -¿Tomamos un café?- dije casi sin pensar, estar de pie en la calle y encima delante de una iglesia debatiendo temas trascendentales me daba muy mal rollo, quizás algo de cafeía ayudara un poco.

Ella pareció aprovechar un momento en el que mi atención estaba menos puesta en ella y más en el paisaje eclesiástico que nos rodeaba (muy buen atrezzo, por cierto, aunque no el más adecuado para una conversación como la que estaba manteniendo con Kyra) para no cortarse un pelo y, sin disimulos inútiles, observarme largamente. Lo entendía, porque no daba la impresión de alguien que sufriera por dentro como lo hacía (o al menos cuando tenía aquellos momentos de debilidad en los que me entraban los remordimientos de los que creía haberme librado hacía ya años), sino más bien de alguien que se limitaba a vivir la vida loca y cuyos mayores problemas eran los típicos de alguien que se queja por vicio, y no por necesidad. Sí, dar sorpresas como esas era mi especialidad, eso estaba más que claro.
Me dijo algo que, en el fondo, me hizo respirar algo más tranquila. Según ella, no era una sola decisión, sino más bien todo lo que te había empujado a tomarla. Y podía ser que tuviera razón, porque son las circunstancias lo que te configuran y lo que hacen que tomes una decisión errónea en lugar de una adecuada, aún cuando en el momento pienses que es la correcta y no la que va a terminar de hundir tu vida. Tal vez, entonces, no había sido todo culpa mía, sino que habían sido azares del destino lo que me habían llevado por aquel camino. Sí, tal vez sí.
Me sugirió ir a tomar un café, bastante impulsivamente. A decir verdad la incomodidad que me producía la iglesia por el pequeño asunto de mi naturaleza era aún patente, y agradecí aquel gesto. Si íbamos a seguir hablando (cosa que parecía bastante probable), mejor con algo de beber enfrente, para no seguir por allí. – Por mí perfecto. Hay una cafetería bastante buena por aquí cerca. – contesté, asintiendo con la cabeza.
Nos pusimos en marcha, caminando sin prisa pero tampoco demasiado despacio, y terminamos por llegar a aquella cafetería, medio vacía. Mejor; nunca me habían gustado demasiado las aglomeraciones. Nos sentamos en una mesa y, en cuanto vino el camarero, le pedí una coca-cola. No me apetecía café aguado, y algo de alcohol frente a alguien a quien había conocido en AA no era lo más adecuado. Después, esperé a que ella pidiera lo que quisiera para continuar con nuestra conversación.

Hubiera comprendido que me dijera que no, a fin y al cabo ¿quién iba a querer tomar algo con una desconocida que se acababa de topar ante la puerta de Alcohólicos Anónimos? Yo me hubiera dicho a mi misma que no, así que cualquiera podría figurarse el aprecio que me tenía.

Sugirió ir a una cafetería cercana y simplemente caminamos hacia allí en silencio, ambas demasiado metidas en nuestros pensamientos como para hacer caso a la otra. Entramos, no había demasiada gente y a ambas pareció gustarnos, Amanda tapoco debía ser de las que se sentía cómodas rodeadas de gente, con todos esos ojos puestos en ti si hacías algo fuera de lo común, la gente se sorprendía por muy poco. Pidió una cola y me quedé pensativa, mi primera idea fue pedir una copa, una cerveza quizás, pero no podía, no debía más bien, no quería empezar a beber así porque sí, dejándome llevar por el vicio que tenía con la bebida y menos delante de alguien de quien sólo tenía un par de datos y una extraña sensación. -Café solo con hielo- pedí sin más, un buen chute de cafeína me ayudaría.

El camarero no tardó demasiado en volver con el refresco y el café, ahora venía el momento incómodo, con lo existencialistas que nos habíamos puesto en la iglesia ¿de qué se suponía que íbamos a hablar ahora?

El camarero vino rápidamente con su café con hielo y mi coca-cola. No me gustaba demasiado, y nunca lo había hecho, pero dado que había decidido no pedir nada con alcohol para no darle tentaciones y el café tampoco me gustaba demasiado, no me quedaban demasiadas opciones. Al menos mi bebida me refrescaría, que eso era algo que nunca estaba de más.
Un silencio incmómodo se echó sobre nosotras con la misma rapidez con la que el camarero se había ido de nuestra mesa, y ambas evitábamos mirarnos a los ojos (o al menos yo no lo hacía) para no tener que enfrentarnos al desafío patente de sacar un tema de conversación adecuado. Claro, estaba el tema obvio de que parecíamos avestruces, que sólo por no querer que pasara o por hacer oídos sordos a aquello parecíamos pensar que el momento de hablar de algo no iba a llegar nunca. El problema de base era ese, que tendría que llegar el momento en el que rompiéramos el hielo que se había creado entre nosotras tras salir de la iglesia y si ninguna estaba dispuesta mal íbamos por la vida.
Giré la cabeza un momento hacia el interior del bar, pues mi vista hasta ese momento había estado clavada en la ventana, mientras mis pensamientos corrían libres. De todas maneras, me había parecido oler algo muy inoportuno, y más estando en presencia de una cazadora. Aunque bueno, los demonios nunca son demasiado oportunos, ¿verdad? La sed, aquella adicción de la que antes le había hablado de una manera tan velada, hizo de nuevo acto de presencia en mí mientras con la vista localizaba a aquel demonio, sentado a apenas un par de mesas de distancia de nosotras. No, por favor, ahora no. Causar escándalos en medio de una cafetería nunca ha sido algo que me agrade especialmente, y menos cuando hay gente para contarlo. Ese sentido común que me impedía lanzarme sobre su cuello luchaba contra mi creciente sed de sangre, que amenazaba con minar mis buenas intenciones y hacerme ir directa a la yugular del pobre recipiente de aquel demonio poco oportuno. Desvié la mirada hacia mi vaso y bebí un buen trago de la refrescante bebida, que me hicieron por un momento olvidarme de aquel ser. La siguiente pregunta vino a mi mente rápidamente, propiciada por mi falta de sentido común, cada vez más clara. Aún así, era probable que ella ya se hubiera dado cuenta de la presencia de aquel ser y no la fastidiara demasiado. - ¿Crees en los demonios? - pregunté finalmente, mientras con la mirada le señalaba a aquel hombre que, en un momento, puso los ojos totalmente negros, casi como si estuviera confirmando su propia identidad ante nuestros ojos. Tragué saliva, incómoda por lo que su sangre me atraía, y volví a beber de mi vaso. Cualquier cosa con tal de frenar aquella sensación que me corroía.

Evitábamos mirarnos a toda costa, sin saber qué decir, quizás haber decidido tomar algo juntas no hubiera sido una buena idea. Fruncí el entrecejo cuando noté la mirada de un tipo un par de mesas más allá de nosotras clavarse en mi, con esa sonrisa burlona dibujada en su rostro, sentia pena por lo que aquel cuerpo había sido una vez una persona.

Desvié mi mirada y noté como Amanda se puso tensa y pude darme cuenta que la presencia de aquel inoportuno demonio era la causa. Me había acostumbrado a su presencia por todas partes, no me gustaba, pero algunos de ellos no eran siquiera peligrosos, al menos no para mi. Le miraba y bebía, trago tras otro, nerviosa y me sentí contrariada, aquella reacción no era del todo normal. Había notado lo que era aquel tipo, se tensaba y sabía que tenía un problema de adicción... no, no podía ser eso. -No creo que te sorprenda que te diga que sí- dije seria, fulminándola con la mirada, como si fuera igual de peligrosa para mi como para el demonio. Luego me relajé un poco, al fin y al cabo era obvio que era más humana de lo que eran muchos otros... -¿Es eso, verdad? Su sangre- tenía que saberlo, sobre todo si iba a jugarme el tipo desaciéndome de aquel cabrón que no nos quitaba los ojos de encima. Era increíble, parecía inteligente, profunda y era una chica bonita ¿qué la habría empujado a meterse en algo como aquello?

- No, en absoluto. - contesté, cuando me dijo que no creía que me fuera a sorprender que sí, creyera en ellos. Me servía para confirmarme interiormente que Kyra era una cazadora, aunque ella misma no hubiera dicho exactamente esas palabras para atestiguarlo a mí me bastaba. Si creía en los demonios no era normal estar tan tranquila frente a uno, al emnos no si no se tiene la confianza de poder vencerle, y sólo los cazadores teníam...tenían esa clase de confianza. Es curioso, por primera vez en cuatro largos años desde que dejé el negocio me incluyo dentro de ese grupo al que ahora no puedo ni soñar con pertenecer. No lo hacía, claro estaba, pero aún así si se enteraran de que una de ellos se había convertido en un medio demonio no lo llevarían demasiado bien. El hecho más obvio acerca de su intolerancia respecto a cualquier ser de estas características es lo que le habia pasado a Sam Winchester cuando se enteró de que era un niño especial de Azazel. No quería que conmigo las cosas fueran iguales, así que lo mejor era mantener la distancias entre ambos mundos, ahora incompatibles.
Que me fulminara con la mirada, en realidad, me tranquilizó. Necesitaba sangre, pero era más por puro mono que por necesidad, porque había bebido hacía tan poco tiempo que podía hacer uso de mis poderes e inmovilizarla en menos tiempo del que tardaría en parpadear. Era consciente de ese detalle y se mantenía alerta, y así ganaba puntos. No, si al final iba a terminar por caerme bien, y todo.
- Sí, es exactamente eso. ¿Por qué no le había metido una trola, como habría hecho normalmente? Ni idea, la cuestión era que fui sincera con ella, dedicándole una mirada curiosa a ver qué iba a hacer con el dato. ¿Le mataría, a pesar de saber que me lanzaría a por él? No, no lo haría. - Sabes lo que es el mono porque eres adicta - le dije, haciendo alusión a su estancia en AA, o a su casi entrada en la reunión, al menos - y entonces sabrás que lo siento, pero en este momento puedo controlarme. - le dije, encogiéndome de hombros. Tenía mi total y absoluto permiso para matarle o hacer lo que quisiera con él, que no iba a interferir. Aquella noche no, al menos. Antes de que se levantara, o que hiciera cualquier movimiento que la separara de la mesa, le dediqué una mirada curiosa. Sí, definitivamente me había caído en gracia. - Puede preguntar, por cierto. Se le veía en la cara que se moría de ganas de hacerlo.

Hace un tiempo me hubiera lanzado sobre aquel demonio para matarle y así ser Kyra, la defensora de los pobres e ingenuos humanos, que corría por el mundo salvando vidas y matando a los malos... pero aquella había sido una actitud muy estúpida que me había llevado a la absoluta soledad. Había tardado un tiempo en darme cuenta de eso, ingeniándomelas para aprender a disfrutar y valorar mi soledad hasta límites insospechados, pero todo había cambiado al llegar a Townhidden, algunos cambios habían sido positivos y otros totalmente desastrosos, pero así era la vida, una de cal y otra de arena.

Volví a mirar al demonio y le devolví esa sonrisa cargada de malicia, aquel gesto jactancioso, ambos parecíamos muy seguros de nosotros mismos, sabía que podía matarle, tendría la sutileza de sacarle de allí antes, pero durante los últimos dos años, desde que había alcanzado el que se suponía el fin único de mis andanzas como cazadora sin obtener la más mínima satisfacción, un demonio más o uno menos a mi alrededor, la verdad, me traía sin cuidado. -Si tu puedes controlarte, yo podré hacerle esperar- dije finalmente, volviendo a mirar a Amanda tras haber escuchado, algo ausente, sus palabras.

Sabía lo que era la necesidad de consumir algo que en realidad sólo te hacía daño, la necesidad de olvidar, de perderse, de evadirse, pero yo utilizaba el alcohol y ella la sangre de demonio, por mucho que hubiera cambiado yo, había cosas que todavía no podía concevir ni aprobar, pero claro, ella no buscaba aprobación, eso estaba claro. Tragué saliva, conocía la sensación de subidón que proporcionaba la sangre de un sobrenatural, de un vampiro en concreto, y me gustaba, no podía negarlo, a pesar de que en un principio la detestaba, pero nunca la había consumido por placer, pero ¿y si alguna vez lo hubiera hecho?¿Hubiera llegado a engancharme? El hecho de que en ese momento de mi vida las líneas entre lo bueno y lo malo estuvieran tan difuminadas era lo único que me impedía sentir odio hacia ella, simplemente, no podía. -¿Cómo te ocurrió esto, Amanda?-

En un principio se giró para mirar a aquel demonio con una sonrisa cargada de malicia, probablemente la misma que yo misma le habría dedicado antes de lanzarme a su yugular y ponerme a beber de su sangre. Sólo que, en ella, el significado que tenía aquel gesto era totalmente distinto. No significaba que fuera a disfrutar de algo que la iba a hacer más fuerte, sino que era superior a él y que podría matarle para devolver la paz al mundo, o algo así. Hacía mucho tiempo que había aprendido que por un demonio más o un demonio menos en el mundo, la diferencia no se notaría demasiado. Gracias al maldito Apocalipsis la cantidad de demonios campando a sus anchas por la Tierra había aumentado de manera alarmante (mucho mejor, porque ahora se había convertido aquello en mi buffet libre personal), y la diferencia que hacía matar a uno o no hacerlo no era demasiado importante. Pobres cazadores, menuda desmotivación que tiene que ser eso. Suerte que yo ya no lo era.
Me dijo que si yo podía aguantar, ella podría hacerle esperar. Asentí, aunque en el fondo esperaba que en sus premisas tuviera razón. De momento podría soportarlo, pero no sabía cuánto tiempo pasaría hasta que necesitara abrirle en canal y beber de él. Nunca era una medida exacta, sino que dependía de la fuerza de voluntad que tuviera en el momento particular, y en aquel momento no sabía si era mucha o poca. Todo era cuestión de ponerla a prueba, cosa que en ese momento estaba comenzando a hacer. Y de qué manera, además.
Pareció tardar un poco en pensárselo, en coger las fuerzas suficientes como para dejar de lado lo que fuera que su interior le decía que tenía que sentir respecto a una adicta a la sangre de demonio para dejar salir a la curiosidad inevitable que siempre hay cuando te encuentras con uno de nosotros y preguntarme cómo me había ocurrido lo que me pasaba ahora. ¿Cómo había sido? Ah, sí, aquel día de hacía ya cuatro largos años en el que mi vida había terminado por tocar fondo, lo que amenazaba con hacer desde hacía tanto tiempo. Aquel día en el que había renunciado a todo para pasar a abrazar la sangre y la falta de humanidad, lo mismo que había ido haciendo durante todos aquellos años. En realidad no eran tantos, pero de tantas cosas que me habían pasado en ellos así me lo parecían. - ¿Recuerdas eso que te he dicho antes de una mala elección, de aquel momento de tu vida en el que todo se torció? Pues exactamente fue eso. Llevaba un tiempo en el que nada parecía salir bien, y tenía tantos problemas por todas partes que simplemente estaba confundida, tanto que buscaba cualquier cosa que me ayudara a distraerme o, al menos, olvidar. Problemas de chicos, ¿sabes?, aunque no sólo eso. Creo que eso fue más bien el detonante. El caso, que una zorra infernal aprovechó aquello para convertirme en lo que soy ahora, sabiendo que estaba tan rota por dentro que ni siquiera me importaría. – dije, encogiéndome de hombros. A grandes rasgos, así había ocurrido.

Sonreí de lado, con la mirada perdida en mi café. No me estaba riendo de ella, de hecho su historia me parecía bastante triste, pero es que yo también tenía detrás a una zorra infernal que esperaba cualquier tropiezo para echarse sobre mi, sobre Jeremy.

Entendía a Amanda hasta cierto punto, hasta el punto de buscar cualquier salida para tratar de sentirse mejor, en mi caso era la bebida, aunque aún no hubiera llegado a caer tan bajo como ella con el tema de la sangre, no había punto de comparación. -¿Y cómo funciona esto?¿Cuando tienes el mono te lanzas sobre ellos y... bebes?- traté de decirlo sutilmente, tampoco quería ser bruta y hacerla sentir todavía peor.

Volví a mirar al demonio, ni siquiera se movía y salir de allí para librar a Amanda de la tentación no era una opción, estaba totalmente segura de que nos seguiría buscando pelea y si no era yo, sería ella quien terminaría con él, quería evitar un enfrentamiento, al menos en aquel momento. A mi mente regresaron las palabras de Amanda... problemas de chicos, no sabía a que extremos sería capaz de llegar si él me abandonaba, quizás terminara cediendo a los deseos de Odette para olvidar, aunque lo más seguro sería que desapareciera, o que volviera a ser el témpano que era antes, o que simplemente me metiera en el coche, acelerara y soltara el volante en una curva... eran cosas que prefería no plantearme realmente.

Me dedicó una sonrisa cuando terminé de contarle lo que me había pasado, y si bien durante un momento pensé que se estaba riendo, pronto se hizo la luz suficiente en mi cerebro como para apreciar que aquel gesto no era de risa, sino más bien de amargura. Esa clase de amargura sólo podía deberse a que comprendía lo que me había pasado, tal vez porque a ella le había pasado algo parecido. Y como no tenía pintas de que aquello fuera así, lo único que tenía sentido era la parte de la zorra infernal, y sólo porque conocía a Odette lo suficiente como para saber cuánto le gustaba meterse en las vidas ajenas para sacar tajada sólo para ella, sin importar el caos y la destrucción que pueda llevarles. Si su problema tenía relación con Odette ya podía armarse de paciencia, porque era un hueso duro de pelar y una enemiga poco recomendable. Lo digo por experiencia propia.
Me preguntó cómo funcionaba aquello del mono, con toda la delicadeza que fue capaz de utilizar teniendo en cuenta que no hablábamos de las flores nuevas que habían plantado los vecinos en el jardín, sino más bien la sed de sangre que existía en mí. Intenté responder también sin entrar en demasiados detalles, porque tampoco era plan de que alucinara demasiado. - Cuando tengo el mono, siento una sed tremenda de todo, y no solamente sangre. - Comencé a decirle, sin entrar en demasiados detalles. - Cuando tengo mucha sed, soy capaz de distinguir a un demonio o a un medio demonio del resto de personas por su olor, y entonces me siento atraída por ellos. Llegados a ese punto hay varias opciones: o bien al demonio le caes en gracia o tiene sus propios planes y decide dártela voluntariamente, la opción más fácil y la más deseable; o bien el demonio se revuelve y entonces tienes que desangrarle para beber. - contesté simplemente, encogiéndome de hombros. Sólo me la entregaba voluntariamente Odette y la veía bastante poco a menudo, así que la mayoría de las veces tenía que tirar por la segunda opción, y no solía ser demasiado agradable.
La vi mirar al demonio y no pude evitar tensarme. Podía controlarme y no beberle la sangre allí mismo, pero el mayor problema era que me estaba empezando a cabrear con su presencia tan prolongada allí, como si estuviera tentándonos a que le matáramos. Y claro, en aquellas circunstancias ya no tenía tan claro si podría controlarme o no, más teniendo en cuenta que ella parecía tener verdadera curiosidad en ver cómo funcionaba mi pequeña adicción. En cualquier caso me limité a suspirar y beber otro trago de mi bebida. - Tómatelo como quieras, aunque es más bien un consejo sin segundas intenciones. No juegues con Odette, o ella encontrará maneras de arruinar tu vida mucho más eficaces que solamente matarte. - le terminé por decir, encogiéndome de hombros. El más claro ejemplo de aquello era yo.

Tenía un buen seguro de vida contra Odette, aunque no me hacía ni pizca de gracia tener que tirar de él. Sabía de lo que era capaz, temía de lo que era capaz, pero aún así sabía que con tal de divertirse me mantendría viva y ese sería un error casi tan malo para ella como matarme, eso último la condenaría y sabía que era totalmente consciente de ello, Jeremy no era un buen enemigo, lo sabía por experiencia, antes de enamorarme de él había llegado a odiarle hasta límites insospechados y había sido más que mutuo... aún no sé en qué momento exacto la cosa se volvió tan empalagosa y complicada.

Desvié mi vista del café a Amanda y al demonio varias veces mientras me hablaba y cuando terminó, después de un instante para pensar, fijé mis ojos en los suyos y me encogí de hombros. -No es que apruebe lo que hagas, aunque a ti eso te importe más bien poco, pero es tu vida Amanda ¿esperabas que me levantara mirándote con desprecio o que intentara matarte?- probablemente sí, muchos otros cazadores ya habrían ido a por ella considerándola una amenaza o, simplemente un ser al que debían eliminar, pero yo me había involucrado tanto con otros seres sobrenaturales que no podía ni siquiera atreverme a juzgarle. -Hace unos cuatro años probablemente sí lo hubiera hecho, pero me acuesto con un vampiro, así que...- sabía lo que era la sed de sangre, lo que llevaba a hacer a quienes la sufrían y la aceptaba como algo casi rutinario, me apenaba que Amanda fuera humana y aquello la consumiera, no me parecía tan mala chica, pero no había nada que pudiera hacer, a no ser que ella me lo pidiera. -¿Quieres que vayamos a otro sitio?- pregunté al notar que la presencia de aquel estúpido demonio la seguía poniendo nerviosa.

- Supongo que sí, que eso es lo que me esperaba. Somos animales de costumbres, en el fondo. Y tampoco éramos mucho mejores que los animales, por mucho que quisiéramos convencernos a nosotros mismos de lo contrario. Toda aquella racionalidad y pudor tras los que tratábamos de justificar nuestras acciones no era nada más que algo inventado, algo que podía servir para tratar de considerarnos mejores que los otros seres pero que, en el fondo, sólo era algo pactado. La moral, la ética, era algo que nos habíamos inventado las personas para tratar de regir un mundo ingobernable, y el secreto para renunciar a ellas ante los ojos de la sociedad era precisamente saber que eran perfectamente ignorables dado que no eran sino mero de un consenso. Ahí radicaba el secreto de haber perdido la humanidad por completo, en abrazar los instintos animales que pedían lucha, muerte y conflicto con tus iguales y simplemente ignorar el velo tras el que trataban de reprimirlos. Pero claro, incluso aunque eso fuera lo que hubiera hecho, no podía evitar pensar que si los humanos lo habíamos hecho era por algo, para poder evitar sucumbir al caos y volvernos locos por matarnos unos a otros, y en cierto modo eso me hacía sentirme algo culpable por habérmelo saltado tan a la ligera. Oh, genial, los remordimientos amenazaban con volver. Demasiado a menudo me pasaba eso últimamente, y demasiado a menudo amenazaba con romperme por dentro. Pero no, hoy no sería el día.
- Conozco cómo pensáis los cazadores, Kyra, y si he evitado que más de uno haya venido tras de mí ha sido precisamente por eso. Yo también fui cazadora. - le dije, cruzando las piernas bajo la mesa y apoyando la cabeza en una mano. Ventajas de mi antiguo empleo.
Saber que se acostaba con un vampiro me hizo comprender por qué no hacía nada contra mí a pesar de saber lo que era y qué podía llegar a hacer si se me iba la pinza, y la verdad era que conocer cazadores que mantenían algo de humanidad era un punto a su favor. Me estaba empezando a caer bien, y todo.
Me preguntó si quería que fuéramos a otro sitio y yo asentí vehementemente. - Por favor. O eso o le mato aquí mismo, y creo que no sería muy agradable. - le dije, levantándome de donde estaba. Me estaba poniendo de los nervios, aquel demonio presuntuoso, y sabía que, si bien mi sed podía aguantarlo, mi poca paciencia no lo haría. Pagué al camarero mi coca-cola y el café de Kyra y salí de allí, respirando profundamente el aire de la noche. Escuché la puerta tras de mí, y supe que era Kyra, pero no la oí cerrarse hasta que no pasó un rato, y de nuevo aquel maldito olor tan tentador me invadió. Miré en aquella dirección y vi al demonio, que em hizo apretar la mandíbula. Maldito presuntuoso... - ¿Haces los honores o me libro yo de él? - pregunté a mi acompañante.

Los instintos de caza no desaparecen como si nada, siguen ahí siempre una vez has aprendido a desarrollarlos, te acompañan en cada momento e, incluso, te menten en problemas en tu vida diaria (al menos en mi caso), pero también te sacan de muchos.

Cada vez me costaba más entender a Amanda, a medida que iba averiguando más cosas de ella, como el hecho de que durante un tiempo se hubiera dedicado a lo que yo me dedicaba, no comprendía cómo había accedido a dejarse ayudar por un demonio sabiendo que aquello no le traería más que desgracias ¿tan desesperada había llegado a estar? ¿De verdad no había visto ninguna otra salida?

Aceptó salir de allí y ella misma pagó ambas consumiciones, un innecesario detalle por su parte. Por supuesto aquel arrogante demonio nos siguió, algo que ya me esperaba aunque me hubiera gustado que no ocurriera. Ya era de noche y nos observaba a una distancia prudencial, esperando a que fuéramos nosotras las que hiciéramos algo, pero no podía permitir que le hiciera daño a Amanda, que ella se viera superada por su sed y pasara algo malo... además, dudaba que fuera algo agradable de ver, todavía me costaba digerir la imagen de Jeremy alimentándose, a pesar de que le decía que ya me daba totalmente igual.

-Lo haré yo... quizás deberías volver dentro- preféria recurrir a un ritual para exorcizarle antes que pelear y terminar desangrándole, sabía que con tan sólo una herida, una gota de sangre, ella se lanzaría sobre él, a no ser que tuviera un autocontrol heróico y lo dudaba viendo lo tensa que estaba. Dejé mi bolso a un lado y saqué una daga de mi bota, siempre iba a armada y si eran armas blancas, mejor, siemprelas había preferido.