We always want what we can't reach [Aidan]

Oscuridad... Un vacío que me dejaba sin aliento. No sabía hacia donde iba ni la razón de por qué jadeaba. Poco a poco empecé a entenderlo: estaba escapando de algo... o de alguien. Un diminuto punto de luz centelleaba a lo lejos. ¿Dónde diablos estaba? Corría sin parar, mirando hacia atrás por encima del hombro, intentando ver de qué huía.

Aparecí en medio de una calle, iluminada por las débiles luces de las farolas que parpadeaban. Seguía corriendo, pero no conseguía identificar qué era lo que me perseguía. Tropecé con el suelo mojado y caí. Nerviosa, me reincorporé. Intenté levantarme, pero resbalé de nuevo con el suelo húmedo. El pánico y el miedo me dominaron, mientras que la silueta negra se acercaba a mí. Aterrorizada, me eché hacia atrás; él extendió su mano y...

Abrí los ojos. Mi visión era borrosa, pero se volvió nítida en cuestión de segundos. Me encontraba en una camilla, llevaba por un par de enfermeros. ¿Qué me había pasado? No lo recordaba, pero algo bueno no podía ser. Mis manos estaban sangrientas, la ropa desgarrada y un punzante dolor inmovilizaba mi abdomen. Seguramente me estarían llevando a urgencias... Entonces recuperé la conciencia. Me levanté, con la respiración agitada. Eso sorprendió a los enfermeros, que me pedían que volviera a tumbarme. Bendije a la persona que me encontró malherida y me puse a pensar... Esa pesadilla... Era la misma que tuve en Manhattan.

Las puertas del hospital se abrieron de par en par al pasar una camilla por ellas a toda velocidad, llevada por mi compañero y yo. Y no era para menos aquellas prisas, pues la gravedad de las heridas en el abdomen de la paciente debían ser tratadas rápidamente. Aún no podía hacerme a la idea de que aquel desgarro en la carne pudiese haberlo hecho un perro callejero. Más bien se trataría de las dimensiones de un oso o de un tigre... Pero en la ciudad era imposible encontrar un animal de esos. Mientras trasladábamos a la joven por los pasillos, directa a la sala de urgencias, ésta volvió en sí y miró a todas partes con aire somnoliento, aún demasiado débil para fijar la vista.

- Se está despertando. Ha abierto los ojos.- le comenté en voz alta a mi compañero con tono esperanzado, y entonces me incliné un poco hacia la chica para que centrase su atención en mí.- No te preocupes, saldrás de ésta.

Pero la joven realmente solo escuchó mis palabras como un eco lejado, y al poco, volvió a cerrar los ojos. En menos que canta un gallo, la dejamos en la sala de operaciones después de informar de la hemorragia interna que sufría. Por desgracia, el doctor prohibió que hubiese más gente en la sala restando de sus ayudantes, así que me quedé fuera, intentando ver lo que ocurría desde el pequeño cristal redondo de la puerta.

- Eres demasiado apasionado con tus paquetes, Aidan.- escuché la voz de mi compañero de turno junto a mí, con lo que centré mi atención en él con el ceño fruncido, sin saber a lo que se refería. - Tu trabajo ya lo has hecho. Entregado y recivido. Ahora su futuro está en manos de los de arriba. Así que no te comas más el coco con ella, hay más pedidos que buscar.

Con esa extraña forma de considerar a los pacientes, se encogió de hombros como si me hubiese dado el consejo de mi vida y se largó, haciéndome un gesto para que le siguiese. Aún creyendo que aquel tipo se pensaba que trabajaba de cartero, eché un último vistazo a la sala de operaciones y luego le seguí. Pero la preocupación de saber qué le había atacado a aquella chica y si había salido con vida de aquella no se apartó de mi mente en toda la noche. Así que, en cuanto la destinaran a una habitación, si todo salía bien, decidí que iría directo a verla.

Seguía mareada y el dolor no cesaba. Una voz llegó a mí, acompañado de unas frases esperanzadoras que no supe si creérmelas o no. Vi el rostro del hombre, cómo poco a poco sus palabras se convertían en simple movimientos de labios. Le dediqué una débil sonrisa antes de entrar en el quirófano, donde uno de los cirujanos les prohibieron el paso.
La camilla paró en seco y noté como me trasladaban a otra cama. Un foco de luz blanca posó sobre mí y un grupo de médicos se juntaron a mi alrededor, mirándome fijamente. Uno de ellos me puso una mascarilla transparente, que parecía ser la anestesia y mi visión se tornó borrosa de nuevo hasta que todo volvió a oscurecerse.

Oía un suave pitido que sonaba con regularidad. Abrí los ojos, pestañeando con pesadez. El dolor había desaparecido, pero no sentía las piernas ni el abdomen y me sentía sumamente débil. Al parecer, no me habían quitado aún la mascarilla. ¿Tan mal estaba? Ahora me encontraba en una habitación independiente del hospital y no tenía ni la menor idea de cuánto tiempo estaría ingresada allí. No podía quedarme por mucho tiempo. Debía de volver a la caza lo antes posible, si no...

Escuché varias voces por el pasillo acercarse a la habitación. Eran enfermeras, seguramente, para la morfina o -lo que fuese- y controlar un poco mi estado actual. Simplemente, me limité a quedarme quieta sin mencionar palabra alguna. Esperé a que salieran, para extender la mano y llegar al teléfono, aunque mis esfuerzos fueron en vano. Me rendí, soltando un bufido. Necesitaba llamar a alguien y decirle que estaba bien... más o menos.

Llegué a la habitación de la chica herida por un supuesto perro callejero tres horas después de haberla dejado en el quirófano. En ese tiempo, me había dado tiempo a recoger a dos "paquetes" más, y por suerte, ninguno que hiciese pensar que aquella bestia que había herido a Angela seguía causando víctimas a su paso. Sí, conocía su nombre, pues había preguntado por ella a más de un enfermero que encontré por el hospital, y el último supo reconocer el caso y mandarme a aquella habitación. Ya en la puerta entre abierta, llamé con un par de toques con los nudillos, para avisarle de que tenía visita al verla despierta. Cuando llegué junto a Angela con paso algo indeciso, comprobé que su aspecto no era mucho mejor por la palidez de su rostro, pero al menos, ya no había sangre en ella. Deberían pasar unos días hasta que llegase a recuperarse de aquel duro ataque. Metí las manos en los bolsillos y eché una rápida ojeada al suero antes de fijar mi mirada en sus ojos, con una media sonrisa agradable.

- Por lo visto, acerté cuando te dije que superarías ésta.- quizás no fue la mejor forma de empezar, puesto que pareció confusa, y entonces caí en la cuenta de que seguramente ni me habría visto. Maldiciendo el cansancio que llevaba encima y atontaba mi mente, me rasqué la frente mientras buscaba las palabras apropiadas.- Lo siento, no he caído en la cuenta de que... seguramente ni me viste. Mi nombre es Aidan, soy el que te trajo en ambulancia hasta aquí.

Le dije al final, saliendo del apuro mejor que como había comenzado, con una sonrisa un tanto más amplia de disculpa.

Me quedé pensativa en la cama, tras el nulo intento de llegar al teléfono. Noté la presencia de alguien y levanté la cabeza; estaba en la puerta y entró. Su cara me era familiar... Le miré fijamente a los ojos, devolviéndole la sonrisa.

Tras su comentario, no dije nada. "...superarías ésta". Esas palabras recorrieron mi mente lentamente... Dios, que estúpida. -No, no... Te vi. - sonreí débilmente. - Pues sí, parece ser que he superado ésta.
Me reincorporé para sentarme ya que me cansaba estar estirada tanto tiempo, pero era increíble la cantidad de fuerza había perdido. -Soy Angela Strauss. - me presenté, aunque seguramente ya sabría mi nombre por todos esos informes y demás. - La dama en apuros que no le vino a salvar ningún... superhéroe. - dije terminando el comentario algo pensativa.

Era extraño. La primera vez que acabé ingresada en el hospital por un licántropo... y no había acabado conmigo arrancándome el corazón. Volví a Aidan, curiosa. - Por qué has venido a verme? No me conoces de nada... Sólo soy una paciente más.

Me sorprendió gratamente que se acordase de mí. Aquello significaba que la chica tenía buen aguante físico, lo que le ayudaría a mejorarse más rápidamente. Eso y su joven edad. Entonces me vino la duda de querer saber la razón por la que una chica como ella iría sola a aquellas horas de la noche por aquellas calles tan poco transitadas. Mientras pensaba aquello, acerqué la silla que había en la habitación y me senté cerca de ella, sintiendo que mi cuerpo destrozado por toda aquella noche de ajetreo me agradecía aquel descanso. Pero qué narices, aquel cansancio físico era lo único que me salvaba de perder los estrivos de nuevo y dejar salir a la bestia que se apoderaba de mi cuerpo en noches como aquella. Su presentación me sacó de mis pensamiento, y entonces hizo ese comentario que consiguió hacerme sonreir.

- Puede que un superhéroe no, pero quizás la ambulancia consiguió asustar a tu agresor. Te encontramos por casualidad, y las heridas eran muy recientes.

Le expliqué inclinándome hacia delante y apoyando los brazos en mis piernas, sin dejar de mirar su pálido rostro. Aún con aquel tono de piel, me di cuenta de que era guapísima. Sus últimas palabras me dejaron unos segundos pensativo, preguntándome aquella pregunta a mí mismo.

- Bueno... La verdad es que no eres como todos los demás. No suelen venir pacientes heridos de tal gravedad por un simple perro callejero. Me gustaría saber qué ocurrió realmente.- le confesé encogíendome de hombros.- Si lo recuerdas, claro.

El chico acercó una silla y se sentó a mi lado. Era agradable tener a alguien cuando te acababan de ingresar en un hospital, aunque fuera un desconocido. Seguramente, Jeremy sería el primero en venir, pero desafortunadamente, había salido del país. Vi su sonrisa y eso me sentó bastante bien; no me gustaban las conversaciones tan... sosas.

-Casualidad... eh?- murmuré, para mí misma. Nunca había creído en las casualidades, ni iba a creer algún día en ellas. Solo pasaba lo inevitable. - Entonces, gracias por aparecer. - agradecí, con cierto sentido humorístico.

Su respuesta fue algo bastante normal. La gente se interesaba más por casos graves. Me quedé pensativa, sin saber exactamente qué decir. No le podía contar que me encontré a un hombre lobo y que intenté cargármelo.

-No recuerdo muy bien lo ocurrido... Sé que había salido a tomar el aire y oí... una especie de rugido. Entonces empecé a caminar más rapido y creo que me oyó. Me paré hasta el parque y a partir de ese momento no puedo decir mucho más... - expliqué, como si mi cerebro no diera mucho más de ello. Mentir ya se había convertido en algo cotidiano, para mí y para todos los cazadores.

Como podía resultar normal para su estado de reciente convalecencia, la joven aún estaba en estado de shock frente a los recuerdos de lo ocurrido. Por un momento no quise preguntarle más, pues parecía muy segura de que aquello que le había atacado había sido un perro callejero. Así es que con una sonrisa de despedida, no muy conforme, me puse en pie pesadamente y me paré un momento junto a ella antes de marchar.

- Si recuerdas algo más durante la noche, nos sería de gran ayuda para prevenir próximos heridos. Pero no te molesto más. Descansa.

Y entonces me dispuse a marcharme, pero cuando llegué al marco de la puerta, me quedé allí de pie, sabiendo que no podía seguir como si nada después de haber comprovado las pertenencias de la chica. Podía estar confusa, pero algo no cuadraba. Cualquier tipo de ser que pudiese rugir no iría armado más que con sus propias garras y poco más. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón holgado del uniforme y me giré de nuevo hacia ella, con un aspecto más serio y decidido.

- Aunque... si te sirve para recordar algo más, encontré ésto en tus manos cuando te recogimos en la calle.- le comenté banalmente, sacando una pistola con balas de plata de mi bolsillo.- Que yo recuerde, un perro callejero no suele atacar con armas de fuego. Pero quizás tú sí.- dije al final, encogiéndome de hombros pero sin dejar de mirarla fijamente.- En casos como éste, se avisa a la policia y ellos se encargan de buscar huellas y encontrar al culpable. Yo no te recomendaría eso si tienes algo que ocultar, así que dime ahora lo que realmente pasó, o ésto va directo a las autoridades.

Pareció creerse la mentira y me alivié, sin saber muy bien porqué. Le sonreí y asentí levemente.

-Lo haré. Gracias por pasar...- dije, de cierto modo, agradecida. Se levantó de la silla y se encaminó hacia la puerta. Sin ganas de hacer mucho más, me eché hacia atrás, estirándome de nuevo. Pero el miedo me atrapó cuando Aidan paró en el marco de la puerta y sacó algo de su bolsillo. Le miré de reojo y mis ojos se volvieron como platos al ver el arma. Mi arma. La pistola que había pasado por tantas manos hasta llegar a mí. Me sobresalté, mirándole durante un rato. Su expresión era más seria que antes.

-¿Cómo es... que...- sin finalizar la frase, me levanté de la cama, caminando rápidamente hacia él, poniéndome en frente suyo para bloquearle la salida mientras cerraba la puerta con pestillo. Le clavé la mirada, intentando quitarle el arma de sus manos. - ¿Alguien más ha visto esto? - pregunté, algo alterada. Tenía que alzar la mirada para mirarle a la cara, ya que me hacía sombra, como con la mayoría de los hombres que conocía. - Escucha, no puedo contartelo. Bueno, sí que puedo, pero de todos modos no me creerías. Pero sea como sea, ni se te ocurra decirle esto a la policía ni a ninguno de tus compañeros, vale? - le supliqué. Si se enteraba alguien de que había metido la pata, ningún cazador me tomaría en serio, aunque nunca lo hicieron. Seguí parada delante suyo, esperando a que me devolviera la... preciada pistola.

Sin saber cómo, la chica sacó fuerzas para levantarse de la cama rápidamente y colocarse entre la salida y yo, no sólo cortándome el paso, sino cerrando la puerta con pestillo. Mirándola bastante extrañado, di varios pasos hacia atrás estudiando la situación. Su estado no era el mejor del mundo, pero se había puesto en pie con una agilidad algo desesperante, quizás propia de la situación comprometida en la que le había metido, pero ¿y si era porque su cuerpo ya estaba acostumbrado a heridas como aquella? Mi mente empezó a pensar lo peor, mirándola con deconfianza, y cuando intentó arrebatarme el arma, le aparté la pistola rápidamente. Parecía alterada, y una pistola en manos de una persona en aquellas circumstancias no era nada seguro para mi integridad física, y menos ahora que acababa de encerrarnos en la habitación.

- No, la guardé en cuanto la vi en tus manos. Pero ese no es el caso. ¿Qué hacías con este tipo de pistola en medio de la ciudad?- le pregunté al final duramente, sin estar dispuesto a dejar pasar el tema. Era algo serio, y que podía involucrarme.- No se lo contaré a nadie si tu explicación me convence, te lo prometo. Pero empieza a hablar ahora o iré directo a ellos.

Esta vez mi tono de voz fue más razonable, viendo que realmente la chica parecía metida en un verdadero apuro. Aunque ya me veía venir la terrible verdad que me contaría, intenté no ceder a los prejuicios y esperar a su explicación después de convencerla para que al menos se sentase, puesto que con aquella ansiedad y las heridas recién sanadas, podía desmayarse fácilmente.

Intenté calmarme, ya que el dolor empezaba a extenderse. Cuando quise quitarle la pistola, se apartó con rapidez. Ese tipo sabía algo... Me miró con desconfianza y me sentí realmente mal. Maldije el licántropo y me apoyé en la puerta, con los brazos cruzados.

-No te incumbe.-contesté, de mala gana tras su tono. - Bien, si quieres saber la verdad...- solté un débil suspiro y continué. - Supongo que habrás oído hablar sobre cazadores... De animales y eso no, de seres... sobrenaturales. Ya me entiendes, fantasmas, vampiros... - hice una pausa, para ver si me seguía - demonios.- añadí. - La cuestión és... que me atacó con licántropo y e acabado aquí. Es la primera vez que me ingresan en un hospital por esto. - me acerqué a él. - Ya tienes lo que querías saber. Ahora, si me permites...- volví a dar un paso brusco, con la finalidad de arrebatarle mi pistola. - Devuélvemela! - dije alzando la voz, a la vez que perseguía la mano que sujetaba el arma.

¿Me creería? ¿De verdad iría a la policía como muy bien había dicho? Normalmente la gente no se creía cuando uno confesaba que era cazador y que los espíritus existían.

Al principio pareció reacia a confesármelo, cruzándose de brazos de aquel modo, pero al final cedió. Su explicación me sorprendió más de lo que suponía, porque al fin y al cabo, yo estaba dentro de ese mundo de seres apokalípticos, pero que resultase aquella chica de aspecto tan delicado ser una más... Le miré con cierta sorpresa en el rostro y con el ceño fruncido, intentando no apartar mi actitud decidida, pues aquello conseguiría que no intentase ninguna locura. Como ya me veía venir, la había atacado un hombre lobo, y para variar, no había sido yo el culpable. Hacía tiempo que no veía a uno de los míos, así que me dejó de piedra la idea de que hubiese otro más rondando por la ciudad. Antes de poder terminar con mis líos mentales, Angela volvió a intentar una de las suyas, acercándose a mí rápidamente e intentando arrebatarme sin mucha delicadeza la pistola. Hice lo posible para alejarla de su alcance, pero en uno de sus movimientos bruscos, me dio un golpe en la muñeca y la pistola salió volando hasta caer en la otra punta de la habitación. Aquel segundo de sorpresa me bastó para reaccionar antes que ella y saltar por encima de la cama para acortar el camino y llegar antes que ella al arma. Al fin y al cabo, uno no podía fiarse de ningún cazador, y menos siendo licántropo.

Por unos instantes, creí ver su rostro rígido y a la vez con cierta sorpresa en su expresión tras mi explicación. Me vio venir, cuando intenté recuperar el arma, pero solamente conseguí darle en la muñeca y dejar caer la pistola. Voló hasta la otra punta de la habitación y éste se tiró por encima de la cama para ir más rápido que yo. ¿Cómo podía ser tan ingenua? Quizás no se fiaba de mí, después de todo, poca gente lo hacía. Pero en esos momentos solo me importaba la herramienta con la cual mataba demonios en vez de la confianza de los demás, así que lo que tenía importancia, siempre iba primero.

Segundos después de que él llegara al arma, me sujeté el estómago de "dolor" y caí al suelo. Fingir un desmayo era algo con el que había necesitado experimentar muchas veces, y ésta era una de ellas. Me quedé inmóvil, esperando a que picara... "Vamos, no seas desconfiado y ven aquí...", pensé. El plan no iba mal, hasta que al chocar contra el suelo, el golpe me afectó. Ahora me dolía de verdad. Con eso no había contado.

En nada llegué junto a la pistola y la cogí sin inconvenientes, sorprendido de que la chica no hubiese intentado cogerla también antes que yo. Y al buscarla con la mirada, la encontré para mi sorpresa y horror en el suelo. Aparentaba haber sufrido una bajada de tensión, aunque sería razonable que de deviese al sobre esfuerzo al haber perdido tanta sangre y estar recién operada. Una vez me guardé la pistola en el cinturón, a mi espalda, me arrodillé rápidamente junto a ella para socorrerla.

- Mierda... ¿No te dije que te sentases?- murmuré casi para mis adentros, sintiéndome culpable por haber llegado a aquello, y viendo que no reaccionaba al levantar un poco su pecho del suelo, le intenté despertar algo más desesperado dándome palmaditas en la mejilla.- Despierta, vamos.

Cuando ya estaba por llevarla en brazos hasta la cama y buscar rápidamente a un doctor, me sorprendió con un gesto brusco que no me esperaba.

Silencio.
Empecé a oír unos pasos que se acercaban a mí. Pareció que se arrodilló
y murmuró algo que no pude entender bien. Me levantó un poco del suelo, pero, sin resultados, se puso a darme palmaditas en la mejilla. Su voz sonaba algo desesperada, y eso significaba que se lo había creído.

A punto de llevarme en brazos, abrí los ojos rápidamente para localizar la pistola que tendría que estar en algún bolsillo del pantalón o quizás el cinturón. Alargué la mano deslizándola por la espalda en busca del arma.
-Te dije que me la devolvieras! - gruñí, algo enfadada, ya que ahora me dolía de verdad. Era testaruda, y mucho, pero hacía cualquier cosa por conseguir algo que era mío... No se si me lo parecía a mí, pero esa "pelea" por la pistola, la segunda guerra mundial parecía un episodio de los Teletubbies en comparación.

De pronto alargó su brazo hacia mi cintura con los ojos muy despiertos, dispuesta a apoderarse de la pistola como fuese. No tardé en entender su artimaña para engañarme, y de un salto, me puse el pie y me alejé de ella, mirándola con desconfianza y molestia. Malditos cazadores... Todos eran igual de fríos y calculadores. Se había aprovechado de mi buena voluntad únicamente para hacerse con una pistola que no necesitaba para nada estando ingresada. ¿Es que no pensaban en otra cosa que en matar y matar?

- ¿Para qué demonios quieres la pistola aquí? Es un hospital, maldita sea! A ver si eres capaz de olvidar vuestra remota fijación con que solo hay maldad en cada rincón del mundo! Necesitas descansar, no estar con el gatillo preparado a cada segundo que pases aquí dentro.- le espeté indignado, aunque con un tono de resignación que terminó venciéndome y consiguiendo que volviese a relajarme.

En ese momento, busqué por si acaso el arma que tenía en el cinturón, y entonces, me di cuenta de que ya no la llevaba encima. Volví a mirar a Angela y vi la pistola, en la mano que acababa de dejar a mi vista. La había estado escondiendo desde que me puse en pie, por eso ya no parecía tan alterada. Se había hecho con la suya, pero yo no pensaba quedarme de brazos cruzados. Endureciendo mi mirada, decidí dejar los juegos aparte y decirle las cosas claramente.

- Está bien, tenemos dos opciones: o me das la pistola y nadie se entera de lo que ocurre aquí, o voy directo ahora mismo a informar a la policia de que una paciente va armada ilegalmente en el hospital. Yo no me decantaría por la segunda, porque podrías salir tan mal parada como yo si decides recurrir a la violencia, así que veo la cuestión bastante fácil de decidir. Tú eliges.

Atrapé la pistola y la saqué del cinturón. Se dio cuenta de mi plan y se alejó de mi, desconfiado. Esa pistola era una reliquia familiar, y no la podía perder así como así. Aún en el suelo, le miré con el ceño fruncido algo molesta y quizás con cierta culpabilidad... Escuché su sermón y miré hacia otro lado, evitando estallar, pero eso ya era demasiado.

-¿Es que no lo entiendes? Nosotros no podemos descansar! Siempre tenemos ese pensamiento de preocupación antes de irnos a dormir, por si nos persigue un maldito demonio o un espíritu jodido que nos amarga a nosotros! Y qué si es un hospital? Seguramente más de tres miembros del personal ni siquiera son humanos! - me levanté, ahora sí, muy enfadada. - Este mundo es caótico y no lo podemos cambiar! Pero al menos nos deshacemos de algunas cosas que matan a humanos. ¿Sabes lo que es dormir con una pistola debajo de la almohada todos los días durante el resto de tu vida? Estamos condenados a esto, y ahora me vienes tú y me vuelves a recordar las consecuencias!? - tenía ganas de llorar, pero no resolvería nada.

Sujetando el arma aún, la dejé caer al suelo.

-Cógela si quieres... - dije sentándome en la cama de espaldas a él. - Pero haz el favor de irte y no volver. - crucé los brazos. No quería decir eso... pero era la única salida.