Shadow of the day (William D. Archer)

Estaba aburrida en casa, sola y sin nada que hacer. Aún estaba recuperándome de aquel viaje a Townhidden, que tanto daño me había hecho, y no tenía ganas de ponerme a revisar los periódicos en busca de más noticias extrañas que estuviesen sucediendo en la ciudad, por miedo a que de nuevo estuviesen relacionadas con el sitio en el que todo empezó para mí. Lo sabía, era absurdo: ¿qué probabilidades había de que eso sucediese? ¿Una entre un millón? Sin embargo, tenía tanta mala suerte que lo mismo me tocaba esa una. Así que decidí salir a dar una vuelta por la calle, despejarme y que me diese el aire un poco, porque estar en casa yo sola, mientras Damon iba a alimentarse por ahí, no me sentaba demasiado bien; demasiado tiempo para pensar y para darle vueltas a la cabeza sobre cosas en las que no debería pensar, que me hacían más mal que bien y que, sin embargo, eran como un imán para mi mente en cuanto me quedaba sola un rato. Ni siquiera la música las podía hacer callar durante demasiado rato, por muy alta que estuviese ni por mucho que me gustase el grupo o la canción; indudablemente, acababan abriéndose paso por mi cabeza hasta ocuparla por completo.

Así que salí de casa, pensando que el estar rodeada de más gente, al aire libre, me ayudaría un poco. Caminé sin rumbo fijo durante un buen rato, respirando el aire puro y parándome de vez en cuando delante de las tiendas. Podría haberme comprado cuatro tiendas enteras si hubiese querido, y aún así me hubiese sobrado muchísimo dinero; son las consecuencias de estar casada con un vampiro millonario, y al mismo tiempo ser la única heredera de la fortuna de los Summers, que no era precisamente pequeña. Pero no tenía ganas; tal vez otro día. Paseando, llegué hasta la plaza mayor, donde me senté en un banco con café en la mano, contemplando pasar a la gente sin verla realmente.

Hoy, por fin... mi dia libre. Pero no significaba que dejara apartado el caso. Tras el discursillo de la paz del presi Obama y todo ese maldito rollo, uno no se podía fiar del gobierno federal. Total, que me tomé el dia libre... Tenía pensado en quedarme en casa, tumbarme en el sofá, ver el partido de fútbol y dormirme hasta el día siguiente. Super plan para un super agente del FBI.
No, espera... podría aprovechar la ocasión para... ¿llevar flores a mi madre? No sería tirar el tiempo en cosas inútiles.

Agarré la chaqueta y salí del apartamento. Fui a una de esas tiendas de la plaza mayor a comprar un ramo blanco y me paseé por ahí antes de volver a por el coche e ir al cementerio. Me senté en el borde de la fuente y agaché la cabeza. Ojalá nada de eso hubiera pasado. Ojalá nunca hubiera poseído a mi padre. Si no, seguiríamos todos vivos aún y yo estaría en la universidad en la facultad de derecho. Pero no. Tuvo que pasar. Mi madre tuvo que morir. Haber sido agente de FBI tan joven no me enorgullecía... Y menos ahora que estaba en esa situación.
Mi vida no era como el tío de Bones que trabajaba con una antropóloga cañón y salvaba vidas. Aunque solo coincidíamos en un punto: nos maltrataron durante la infancia. Meneé la cabeza, no debía recordar esas cosas.
¿Pero qué coño estoy haciendo? ¿Comparar mi vida con la de un personaje ficticio sacado de una serie de drama policíaca? Era patético. Reí fríamente sin que se notara mucho y me levanté vagamente. Miré por última vez el ramo y suspiré. Se me habían quitado por completo las ganas de ir a un cementerio. ¿Qué hacer? Busqué con la mirada a... no sé, una chica que las quisiera.
Bingo.
La morena me valdría. Me acerqué silenciosamente a ella.

De momento, parecía que mi estrategia estaba funcionando; me sentía bastante bien allí, al aire libre, sin hacer nada más que contemplar a la gente pasar en sus quehaceres diarios. Vi a varias parejas felices de la mano, a muchas mamás llevando con una mano a sus pequeños mientras con la otra empujaban carritos de la compra o llevaban bolsas con la compra del día, lo cual me recordó que pronto yo también tendría que pasarme por algún supermercado a comprar comida; no era que me estuviese quedando sin nada que comer en casa, pero ya iba siendo hora de reponer el frigorífico con las cosas que más me gustaban, que desaparecían rápidamente por mi causa, así que no tenía a quién echarle la culpa, porque desde luego resultaba imposible del todo que Damon se pusiese a comerse mis yogures o mis chocolates; ventajas e inconvenientes de que tu marido sea un vampiro que se alimenta de sangre. No iba a entrar en la procedencia de esa sangre: aunque Damon me hubiese prometido que no cazaría nunca más a personas, que no volvería a alimentarse de otra sangre humana que no fuese la mía y que solamente cazaría animales, en el fondo sabía que no cumplía su palabra. Era algo normal, había sido muy egoísta por mi parte pedirle nada semejante; pero si de algo estaba segura era de que ya no lo hacía como antes, que ya no mataba a las personas que le servían de alimento, y que probablemente les hacía olvidar lo sucedido. Para mí, eso era suficiente. De todas formas, nunca me encararía a él sobre aquel tema en particular: era su secreto, suyo y de nadie más. Todos tenemos derecho a tener nuestros secretos.

Suspiré y me llevé el café, recién comprado en mi sitio favorito de Houston, a los labios, para darle un largo trago. Estaba bueno, pero ninguno podía compararse al que hacían en una pequeña cafetería de Luca, cercana a la casa de mis padres; el suyo era el mejor del mundo. Lamentablemente, no creía que pudiese volver a probarlo nunca más. Volver allí me causaría demasiado dolor, igual que el que me había causado visitar Townhidden durante la caza de aquel fantasma. Sacudí la cabeza, esbozando una sonrisa sin humor. Empezaba a tener muchos sitios a los que no podía regresar sin sufrir.