Encuentro...[Cath]

La entrada a aquel lúgubre lugar solo podía significar una cosa, mi llegada al cementerio. Mirando de un lugar al otro, solo pensaba en una cosa, mi meta, mi autoexilio. Tengo mucho por hacer, y aún no he empezado...

Lo tengo bastante mal ciertamente, así que de he empezar a hacerme un pensamieno y encontrar un objetivo, algun lugar donde empezar todo.

Este lugar no se por qué, pero me gusta bastante. En aquel momento tenia ganas de dormir pero no podia cerrar los ojos...

Nunca pensé que iba a regresar a aquel lugar. Townhidden, el lugar donde todo empezó para mí, para bien o para mal. No hubiese querido volver a este pueblo nunca más, por mucho que durase mi vida; había demasiados recuerdos dolorosos allí acumulados, en sus parques, en sus bosques...y en sus casas. Era la propietaria de la casa de mis tíos, que había heredado tras su muerte, pero desde hacía casi cuatro años ya no vivía en ella. ¿Cómo seguir viviendo en un lugar que no hacía más que recordarme mi culpa? Tampoco había sido capaz de venderla. Seguía allí, no sabía en qué estado, pero continuaba en el mismo lugar de siempre, vacía, inhabitada.

No tenía pensado visitarla. Si estaba allí era por culpa de aquel estúpido fantasma que llevaba cuatro meses acosando a la población de Houston. El pueblo nunca había dado personajes célebres ni importantes al mundo, pero daba la casualidad de que tenía que darle a una enfermera a la que habían violado y asesinado unos cabrones en su propio lugar de trabajo.

Así que allí estaba yo, en el cementerio de Townhidden, en el que tantas noches de caza había pasado, buscando con una linterna entre las tumbas y desenterrando el cuerpo, ya putrefacto, de Shana Karell. La rocié de sal y encendí una cerilla, que arrojé sobre ella mientras decía:

-Vete en paz y no vuelvas.

Me quedé inmóvil durante unos instantes, contemplando como las llamas lamían aquel cadáver que una vez había sido una chica inocente, que nunca había hecho mal a nadie.

Busco con la miarada por la oscuridad, percibo el olor a quemado así que me incorporo y voy en dirección al lugar de su procedencia.

Una vez allí observo a una chica que observa el fuego, me hacerco por detras sigilosamente y con cautela le pongo la mano en el hombro y la giro.

-Hola-digo un poco seco.- Que haces?- le pregunto de manera un poco tonta, ya que habia deducido la respuesta.

Estaba deseando irme de aquel cementerio y abandonar aquel pueblo de una vez por todas. No soportaría quedarme allí mucho más tiempo, cada segundo que pasaba en sus calles y en sus rincones me hacía tanto daño como cien puñales que se clavasen en mi corazón. Está claro que los recuerdos pesan más que cualquier piedra o cualquier metal, y los míos estaban amenazando con ahogarme y hundirme si pasaba un minuto más en aquel sitio. Ansiaba volver a casa de una vez, al abrazo protector de Damon, a escuchar su reprimenda por haberme largado sin dejar una mísera nota, y en especial a este sitio que tanto daño me hacía.

Pero no podía irme hasta haberme asegurado de que los restos de aquella mujer reposaban en paz y de que ella no pudiese volver nunca más al reino de los vivos. Cada uno tiene su lugar, y ambos mundos no deberían mezclarse nunca, pues eso solo trae desgracias y dolor. Dolor, como el que le habían causado sus asesinos aquella noche en que su vida fue segada por completo, sin piedad alguna. ¿Cómo podía la gente acabar con sus semejantes de aquel modo, con tanta ligereza y despreocupación?

-Malnacidos -mascullé.

Contemplaba las llamas fijamente, hipnotizantes, cuando sentía una mano sobre mi hombro. Me volví bruscamente, desasiéndome de su agarre.

-Nada -espeté, en respuesta, mientras enarcaba una ceja.- Quemo madera muerta -mentí con soltura.

Me rio ante la respuesta de la chica que tenia enfrente, la madera quemada no estaba enterrada, y mucho menos se le echa sal para purificarla.

-No te creo..-le digo con intriga. Me apetecía hablar un poco con ella, no tenia nada mejor que hacer, bueno tengo un autoexilio pendiente, pero que mas da por ahora, no hay ningún demonio por aquí.

-Si es madera muerta, por que le echais sal?-le pregunto un poco de forma arisca.

Mi respuesta no había sido muy lograda, ni lógica, a decir verdad, ya que ¿desde cuando la madera seca se entierra en un cementerio? Y mucho menos se rocía de sal y se quema en uno, aunque solo sea por ahorrar sal y por respeto a los que yacían a dos metros bajo tierra. Sin embargo, era una mentira que colaba en innumerables ocasiones si era dicha con la suficiente soltura y seguridad, porque las personas con las que me solía topar cuando iba de caza por algún cementerio eran mayoritariamente adolescentes borrachos o drogados, o las dos cosas a la vez, y esos se tragaban cualquier cosa que les contasen; para ellos, si lo decías con aplomo, tenía sentido. No obstante, él se rió. No parecía haberse creído mi historia, algo comprensible, teniendo en cuenta que no daba el perfil de la clase de personas que solían tragárselo; más bien, encajaba en el de adulto responsable que no creía ni de rebote lo que yo contaba. Pero claro, ¿qué diablos hacía un adulto responsable en un cementerio a medianoche? Y ¿por qué no había llamado ya a la policía, tras ver lo que acababa de hacer? Una persona normal pensaría que estaba cometiendo algún acto de vandalismo.

-¿Cómo sabes que le he echado sal? -repuse, desafiante y alerta contra él.- ¿Quién eres tú y qué haces deambulando por un cementerio a estas horas?

Le miro desafiente y con intriga a la vez, automaticamente, al oir esa pregunta, no sé muy bien que decirle.
-Pues la verdad es que no lo se del cierto...-le comento distraído.-Quién eres?- le pregunto para desviar el tema.-Y quién es el cadaver?-continuo.

Se quedó algo descolocado al oír mi pregunta, como si ocultase algo y no supiese qué decir; bueno, en ese caso, estábamos empatados. Estaba inquieta, algo en mi interior se removía, previniéndome contra él, diciéndome que no era normal, aunque no necesitaba esa advertencia: estaba claro que una persona que se encontrase a medianoche en un cementerio, muy normal, muy normal no era, que digamos. Y, sin dudarlo ni lo más mínimo, me incluía la primera de esa lista a mí misma. Enarqué una ceja en su dirección.

-¿Qué es lo que no sabes? ¿Si le he echado sal a eso, o quién eres? -repuse, en tono algo ácido.- No lo sé, tampoco -espeté en respuesta.

Si él no quería decirme quién era, yo no iba a contarle nada. Información es poder, o eso dicen, y quien más sabe, más poder tiene.

-A ver.. quien te ha dicho a ti que eres la que haces preguntas aquí?- le repuse empezando a mosquearme- No soy yo el que voy churruscando cadaveres por ahí, así que baja un par de cambios.- Le miré con una ceja alzada y los brazos cruzados. Por lo que había echo, era fácil deducir que era una cazadora, es decir de mi misma condición... bueno, a medias. Ella no llevaba una tocanarices carga divina encima.

-Conformate con saber que somos del mismo bando, bonita.- si nos ibamos a poner bordes, me sé de una que no sabia con quien se estaba metiendo. Que te echen a pataditas del cielo, arisca un poco el carácter de al gente.

Pero bueno, ¿y éste qué se había creído ahora? ¿Un policía o algo así? Pues me va a tener que enseñar la placa, señor agente, porque lo cierto es que tampoco él tenía demasiadas disculpas para hallarse en un cementerio. Puede que no fuese por ahí churruscando cadáveres, pero no es muy normal asaltar a nadie en plena noche, en un camposanto, y preguntarle qué es lo que estaba haciendo, aunque la respuesta fuese más que evidente. Su bordería no hizo más que aumentar mi mal humor, ya bastante inflado por el simple hecho de estar en aquel maldito pueblo, y deseé irme de allí de una maldita vez.

-¿Y quién te ha dicho a ti que las haces tú? -espeté, clavando una mirada furibunda en él.- ¿Y qué si quemo cadáveres? Apártate de mi camino si no quieres ser tú el próximo al que queme.

Me eché la pala al hombro e hice ademán de largarme de allí, pero él se interponía entre mí y la salida.

-Perdona, pero yo decido si estás en mi bando o no -repuse, seca.

Puede que él estuviese de mal humor, que no le fuesen las cosas bien, pero no era el único, y ya había tenido suficiente por todo aquel día, incluso por toda aquella semana, teniendo que volver al lugar donde me enteré de la verdad sobre mi existencia.

Le miro con un toque de desprecio, pero en el fondo, me recordaba un poquito a mi, lo cuál me llebava a un torrente de malos recuerdos, pero en seguida recupero la compostura y la miro con severidad.

-Por que le has quemado?- le pregunto con intriga, queria por lo menos, relajar un poquito el tenso ambiente. Quería saber la historia que le habia pasado, y ella me la podría contar.

-Sí estoy aquí és porque quiero, estar aquí me ayuda a pensar, siempre está todo esto en silencio....-le digo apartando la vista de sus ojos.

Le sostuve la mirada en silencio, sin acobardarme un ápice por lo que encontré en ella; si me hubiese asustado o preocupado cada vez que encontraba desprecio o asco en ellos, viviría encerrada en mi casa y alejada de toda mirada. Cuando se es diferente a los demás, y especialmente cuando se lleva a cabo el trabajo de cazador, a uno deja de importarle lo que los demás puedan decir o pensar de él. Tiene que ser así cuando eres un paria de la sociedad, rechazado por todos los que no conocen la verdad que se oculta en las sombras, y considerado loco o peligroso, aunque muy probablemente fuese cierto que estabas loco y eras peligroso. Es un mecanismo de supervivencia.

Por un momento, algo que vi en él me hizo reconsiderar un tanto mi posición. Tal vez no debería ser tan brusca con él, pero era aquel sitio, que me ponía de un humor de perros.

-Era un fantasma -repuse, únicamente, el tono algo más suave que antes, aunque no demasiado.

Apartó la mirada de mis ojos y contempló el silencioso lugar, dándome una explicación de por qué estaba allí.

-Yo solamente quiero irme de aquí -murmuré, en tono bajo y preñado de dolor, esperando que no me hubiese escuchado.

Para su mala suerte, oí lo que murmuró ya que me lo permitió la escasa separación que había entre ambos. Le miro enarcando una ceja y me aparto, dejandole la salida libre.

-No eres la única diferente en este mundo, hay mas ersonas, que también son diferentes, yo por ejemplo, tu no tienes una asqueros carga divina que recuperar, y yo también me dedico a lo tuyo, de ahí que venga que somos del mismo bando...-le digo con tono conciliador.

Me había oído. Había sido una estupidez el esperar que no me hubiese escuchado, teniendo en cuenta la escasa distancia a la que nos encontrábamos. No debería haberlo dicho, eso estaba claro; había sido un momento de debilidad, una tontería. Nunca debería haber hablado, pero es que estaba tan desesperada por irme de aquel sitio de una vez, de alejarme de aquel lugar que tanto daño me hacía, que tantos recuerdos me traía...Por supuesto, no todos los recuerdos que conservaba de Townhidden eran malos: muchos eran buenos, y algunos no tanto, aunque me dejaban un regusto agradable; por ejemplo, allí había sido donde había conocido a Damon, mi marido, el amor de mi vida, donde había hecho tantas amistades y había conocido a mi hermana gemela, Vanessa, que despues había desaparecido sin dejar rastro de ninguna clase; tal vez, todos esos momentos eran los que más me dolían, más que nada. Se apartó un tanto, despejando la salida, pero mi educación me impedía irme así, de pronto.

Le miré durante unos instantes.

-Si tu supieses -murmuré, con una media sonrisa carente de alegría, y sacudí la cabeza.- Yo no debería existir.

Le miro sorprendido y desconcertado, no me esperaba esa respuesta, y respecto a lo de que no debería exitir, tenía otra opinión al respecto.

-En mi opinión, si me lo permites, es que no hay suficiente motivo para negar la existencia de alguien-le comento, aunque más bien le estaba diciendo una mentira, porque yo tengo que matar a muchos demonios, así que no estaba diciendo la verdad exactamente.

Le miro fijamente a los ojos, parecía agobiada, furiosa, entristecida, todo a la vez, si yo fuera ella, estallaría, y para evitar que eso ocurriera, tenia que hacer algo, y deprisa.

-Que te parece si te invito a una copa?-le pregunto no muy esperanzado.

Supe que mi respuesta le había desconcertado un tanto; no era para menos, a fin de cuentas, porque ¿cuántas personas dicen de si mismas que no deberían existir? No demasiadas y, como siempre, yo me encontraba entre la minoría. Lo cierto es que se me había escapado, igual que el suspiro de antes, y también de lo más hondo de mi corazón. Él se quejaba de que tenía una carga divina que recuperar, lo que sugería que probablemente fuese un ángel caído o algo semejante, pero daba la casualidad de que yo era un maldito experimento de Lucifer y los suyos, que querían averiguar si al nacer tenía poderes; estaba casi segura de que ellos deseaban que naciese un niño, pero en cambio habíamos nacido Christine, Vanessa y yo, las trillizas, de las que probablemente solo yo quedase con vida. Era una posibilidad que me aterraba, pero debía reconocer que, el modo en que Vane había desaparecido, sin dejar rastro alguno, dejaba pocas esperanzas de encontrarla con vida. Y eso me aterraba, más que nada en el mundo. Ser la última, ser la única que quedaba, me asustaba demasiado.

-Valiente teoría, teniendo en cuenta que nos dedicamos a acabar con demonios, vampiros y toda clase de criaturas sobrenaturales -murmuré.- ¿Acaso ellos no tienen derecho a existir?

Me miró fijamente a los ojos y yo le sostuve la mirada, tratando de ocultar por todos los medios toda esa mierda que me estaba ahogando por dentro. Mi sufrimiento es solo mío, de nadie más, y nadie tiene por qué saber nada de él.

-En cualquier otro lugar aceptaría -repuse, siendo sincera sin saber muy bien por qué.- Pero en este pueblo, no. Este lugar me chupa la sangre, no puedo pasar ni un instante más en él, no lo soportaría.