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Mensaje por Aidan Gabrick Vie Jun 11, 2010 12:10 pm

La supervivencia y la ignorancia consiguieron que mis pasos me llevasen hasta la dirección que Odette me había concedido. La dirección del tipo al que debía matar a cambio de mi vida. Asumí que se trataba de un desecho social en cuanto conocí el nombre del barrio, uno de los más marginales de la ciudad. Pero aún así, sentía esa extraña sensación de culpabilidad y remordimiento. Porque, al fin y al cabo, ¿quién era yo para quitarle la vida a alguien? Y menos con la única palabra de un demonio sádico y tramposo. Al final, respiré hondo y entré en el edificio medio reduido, decidiéndome a hacerle frente a aquel trato.

Subí las escaleras que olían a humedad y a meado de gato hasta llegar a la puerta del apartamento que ponía en la servilleta dónde me lo había apuntado Odette. Antes de abrir la puerta elegida o picar a ella, repasé mi plan. Entrar, encontrarme con el tipo y clavarle la navaja que llevaba encima en el corazón. Sí, aunque esto fuese América, un enfermero no poseía una pistola en el cajón de su mesilla de noche. Deseando que todo fuese tan sencillo, llamé con los nudillos en la puerta, y agudizando el oído, escuché unos llantos de niño antes de que me reciviese una mujer joven pero estropeada por los vicios, despeluchada y medio desnuda, abriendo a medias la puerta. Y en ese momento no supe que decir. Por suerte, la mujer se me adelantó preguntándome si era amigo de su marido, con lo que pude responder asintiendo con la cabeza. La supuesta madre de aquel niño que lloraba en alguna parte de la casa me dejó entrar, y comprobé que el panorama allí dentro era tan deprimente como en la escalera. La mugre cubría tanto el suelo como las paredes, y la basura reinaba en todos los rincones de la casa. Aún no me explicaba como se podía vivir en aquellas condiciones.

- Cariño, el tipo que te dijeron acaba de llegar.

Le gritó con voz indecisa la mujer a su marido, que aún no había aparecido. Y entonces el desconcierto nubló mi plan. ¿El tipo que te dijeron? Me giré hacia la mujer sintiendo un extraño presentimiento, y ésta ya me esperaba con un bate en mano, que estampó contra un lado de mi cabeza. Caí aparatosamente al suelo y aturdido, vi como las piernas del tipo que buscaba se colocaban frente a mí. Subí la vista hasta su rostro y para mi desgracia, vi que venía armado con una escopeta, apuntándome al pecho.

- Así que tú eres el cabrón que pensaba matarme, eh? Esperaba que la hija del demonio supiese valorarme mejor. Lástima, piltrafa, pero aquí acaba tu plan.

Antes de que pudiese asumir toda la nueva información y la traición por parte de Odette, el disparo cegador atravesó mi pecho y caí totalmente en la mugre, sin vida. No volvería a despertar hasta minutos después, cuando mi condición de licántropo hizo alarde de presencia, curándome la herida de bala vulgar. Y mientras mis sentidos volvían lentamente a revivir, los llantos volvieron a reinar en el ambiente, pero esta vez acompañados por unos gritos de mujer que parecía sufrir. Me incorporé lentamente, sin ver a nadie, y cuando me asomé al salón, lo que vi me dejó helado.

El hombre apalizaba a su mujer mientras el niño de los llantos, de unos tres años, estaba desnudo en la cuna, observándolo todo con los ojos enrojecidos. Por el aspecto de la mujer, parecía haber sido violada antes del apaleamiento que estaba sufriendo ahora mientras el hombre le echaba en cara a gritos haberse metido en nuestro enfrentamiento. Con el oído golpeado por el bate aún pitándome y ensangrentado, vi junto a mí la escopeta que había utilizado contra mí el maltratador, apoyada en la pared. Sin pensarlo dos veces, la cogí y pegué un tiro al techo, consiguiendo que todos callesen y me mirasen. El tipo dio varios pasos amenazantes hacia mí, y lo paré apuntándole directamente.

- No des ni un paso más, cabrón. O te mataré.- le advertí con una voz ronca que no supe reconocer como mía.

Pero el tipo hizo oídos sordos y se avalanzó sobre mí con un grito de furia. Y un nuevo balazo cruzó la habitación, consiguiendo que un segundo más reinase el silencio y luego, el golpe seco del cuerpo inerte del tipo cayendo pesadamente al suelo. El niño volvió a llorar y la mujer no tardó en recuperarse del shock y empezar a maldecirme entre llantos, corriendo hacia el cuerpo de su marido maltratador como si fuese su más preciado amor. Frustrado por todo aquel ambiente deprimente y de locos, di media vuelta y, aguantando la impotencia, salí por la puerta. Pero cuando iba a bajar las escaleras, un nuevo grito de rabia llegó desde mis espaldas. Al girarme, me encontré a la mujer a punto de clavarme un puñal. Rápidamente, le inmobilicé el brazo y tiré el cuchillo al suelo, empujando a la mujer de espaldas a la pared, sin poder soportarlo más.

- ¿Qué coño haces, desgraciada? ¡Te he salvado la vida! No la malgastes ahora por ese asesino! - le espeté aún manteniéndola allí, hasta que me respondió llena de rabia:

- ¡Él al menos no era un monstruo anormal como tú! ¡Monstruo! ¡¡Monstruo!!


La solté con rabia, viendo que era imposible dialogar con una loca cegada por aquel psicópata muerto, y dejándola vivir por el niño, bajé las escaleras mientras me gritaba aquellas palabras, pero una vez más, se tiró sobre mí con las garras como única arma, y ya estando yo preparado, la esquivé y ésta cayó escaleras abajo hasta aterrizar al final de ellas, con el cuello en un extraño ángulo. Notando que mi respiración se aceleraba al ver la nueva situación, me apoyé en la pared y cerré los ojos dejándome resvalar hasta quedar sentado. Aquella situación me había sobrepasado. Había matado a dos personas, y ambas movidas por los prejuicios y los engaños de aquella maldita demonio. Dos personas comidas por la rabia que habrían matado lo que hiciese falta por sobrevivir. Como yo. Ahora... ¿quién merecía morir y vivir realmente? El mundo estaba podrido, poseído por la maldad de los demonios y la pobreza. Sin ser capaz de soltar toda aquella rabia e impotencia, me puse en pie y me fui de una vez de allí, dejando atrás los llantos del niño huérfano y la moralidad de un enfermero que había llegado a creer que la justicia existía.
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