Las sorpresas del camino largo (Amanda)

El turno de noche resultaba uno de los más agotadores y a la vez aburridos para la gran mayoría de los médicos del hospital, pero aún pudiendo elegir cualquier otro mucho más interesante, me encantaba trabajar hasta tarde y salir de allí de madrugada. A esas horas el pueblo era un lugar tranquilo, al menos en apariencia, porque siempre, en alguna parte, resguardados bajo la protección de la oscuridad, los demonios hacían de las suyas.

La delincuencia común, como ladrones de poca monta, no era un problema por allí, pero los asesinatos sin resolver y las desapariciones preocupaban cada vez más a los habitantes de aquel pequeño pueblo, que vivían sin saber que, en el 95% de los casos, no era alguien como ellos, un humano, quien provocaba el desconcierto general, si no demonios o vampiros, por poner tan solo un ejemplo.

Decidí caminar hasta casa dando un rodeo, vivía demasiado cerca y el camino que tomaba de costumbre era demasiado aburrido, prefería dar vueltas, meterme en callejones y bajar hasta los peores barrios, llenos de locales de alterne, algunos muy bien disimulados, donde las buenas chicas iban a morir. Caminaba un tanto distraido, inmerso en mis pensamientos cuando llegó a mi un aroma muy familiar que se fue haciendo más fuerte a medida que me acercaba a un callejón poco antes de la vuelta de la manzana. El olor a sangre de demonio me llenó totalmente y tuve curiosidad por saber qué pasaba ahí, así que me acerqué, percibiendo dos presencias, una de ella sumamente débil, mientras que la otra parecía estar eufórica.

La boda de Cath había sido simplemente agotadora, aunque no podía negar que la experiencia había merecido mucho la pena. Sí, vale, unas cuantas horas encerrada en un avión (aunque con la compañía de Sikki para ameniizar el tiempo y hacerlo pasar rápidamente encerrados en los baños) y después una aburrida ceremonia (también amenizada por él, gracias a nuestra pequeña y oportuna excursión al confesionario para no precisamente confesarnos) habían dado lugar a una estancia breve pero interesante en Luca, ciudad natal de Cath. Breve tuvo que ser por narices, porque allí no parecía haber tanto demonio junto por metro cuadrado como por Townhidden, y como además aquella ciudad no me la conocía no podía llevar a cabo mis pequeñas travesuras sin que hubiera posibilidades de ser descubierta, por lo que mantuve una total y absoluta abstinencia de sangre durante todo el viaje. Lo cual me dejó reventada y enmonada perdida, tanto que prácticamente fue bajar del avión, deshacer la maleta y ducharme lo único que hice antes de salir a la calle de nuevo, en busca de algo con lo que saciar mi insaciable sed.
Los barrios bajos eran la opción más clara, y la que más tendría que tener en cuenta si quería que mis crímenes pasaran desapercibidos, por lo que fui allí directa. Ya ni me importaba que la caza de hoy fuera a ser un desafío o no, porque lo único que tenía en mente era beber hasta hartarme. Caminé por las oscuras calles (porque sí, aún gracias al maldito cambio horario en Townhidden era de madrugada cuando había llegado de Italia) sin rumbo fijo, simplemente dejándome llevar por la generalizada depravación y lujuria que se apreciaba en el ambiente. Oh, había echado de menos aquel aroma a podredumbre humana que siempre impregna esta clase de zonas.
No tardó demasiado en llevarme otro aroma, sin embargo, mucho más atrayente para mí que el normal de aquel lugar. Sí, había un demonio en la cercanía, atraído claramente por la oscuridad que emanaba aquella zona de la ciudad. Y yo que pensaba que sólo los suburbios de Houston merecían la pena... Tendría que darles una oportunidad a los de mi querido Townhidden. Seguí su rastro mientras me iba adecuando un poco al ambiente en cuestión de ropa (léase desabrocharme un par de botones de la camisa para enseñar escote, subirme la falda para enseñar más pierna...lo típico, vamos, aunque aún así iba mucho más recatada que la mayoría de mujeres que se podían ver por allí), y al final terminé por llegar hasta donde estaba. Ah, uno medianamente fuerte. Mis favoritos.
Me acerqué a él, y no tardé demasiado en seducirle, o al menos en llevarle a mi terreno lo suficiente como para inmovilizarle y ponerme a beber de su sangre, directamente de la yugular, como a mí me gustaba. Oh, manjar exquisito bajando directamente por mi garganta. Mientras él se iba marchitando poco a poco, mis fuerzas iban aumentando considerablemente, y estaba llegando a un punto de fuerza y euforia que hacía tiempo que no alcanzaba. Sangre, te echaba de menos. Al final, terminé por tirar su cuerpo agonizante al suelo mientras yo me secaba la boca con el dorso de la mano, lamiendo lo que quedaba de sangre para no desperdiciar ni una gota. En cuanto terminé, le vi morir en el suelo, llevándose con él al demonio, que al final no había sido capaz de salir del cuerpo. Fuerte, sí, pero imbécil como él solo.
Sólo al terminar con mi alimentación, puse darme cuenta de la presencia de alguien más en aquel callejón, alguien cuya esencia no era humana pero que aún así no era demoníaca. Tenía una amplia gama de posibilidades acerca de su naturaleza, y me resultaba curioso, lo suficiente como para acercarme a él y mirarle a los ojos en cuanto estuvimos frente a frente. ¿Era bondad aquello que emanaba? Si no lo era, se parecía mucho. ¿Un ángel, tal vez? Bueno, no iba a perder las formas por mucho que fuera uno de ellos. - Hola. - terminé por decir. No sabía cuánto había visto y cuánto no, así que lo mejor era ser precavida.

La escena era realmente desgarradora, una joven alimentándose de un demonio en un callejón oscuro y mugriento, a saber a qué límites habría tenido que rebajarse para embaucarle o para embaucar a otros como él sólo para saciar momentáneamente esa ser de sangre que en aquel preciso instante parecía dominarla.

Me quedé de pie, observando la escena hasta que tanto demonio como recipiente agonizaron y se rindieron tirados entre basura, mientras ella se relamía llegando a un punto morboso y enfermizo, dejando que la subida de adrenalina que provocaba la sangre de demonio la dominara al menos hasta que me vio. Se paró frente a mi y me saludó con toda la tranquilidad que su estado actual le permitía, tratando de escudriñar en mi algún signo de lo que era y siendo precavida.

Sonreí y saqué un pañuelo de tela bordado con la inicial de mi nombre, un regalo de las enfermeras, siempre eran muy detallistas conmigo, sobre todo las mayores, con esa obsesión de que me parecía a algún hijo o nieto, y limpié los restos de sangre de la comisura de los labios de la joven, el dorso de la mano o las mangas no solían ser buenas servilletas. -Abróchate- le pedí, ya no era necesario que enseñara absolutamente nada, ya había cazado, exhibirse de aquel modo no haría más que atraer a las peores piezas del lugar, obligándola a mancharse las manos de sangre de nuevo y lograba escudriñar en ella un mínimo de humanidad, muy poca en ese instante, pero no descartaba que alguna que otra vez los remordimientos la comieran por dentro ¿me equivocaba? Esperaba que no, si no ya no tendría esperanzas.

Lo primero que me dedicó tras ponerme enfrente suyo fue una sonrisa, que me hizo pensar que, o bien estaba loco (cosa bastante probable, y teniendo en cuenta la de gente rara que había conocido últimamente ni me extrañaría lo más mínimo), o bien era alguien que pensaba que me iba a reformar y que aquello sólo había sido algo temporal por mi parte, que con un poco de comprensión y ayuda (sí, ya, de Adictos A la Sangre de Demonio Anónimos, ¿no?) se me pasaría aquello. O tal vez fuera que sintiera lástima de mí, de mi adicción y de que me hubiera tenido que humillar de semejante manera sólo por conseguir la sangre. Lo que la gente pensara de mí nunca había sido un tema que me interesara demasiado, y mucho menos lo que pensara yo de mí misma (si tenía que ser sincera, prefería ni pensar en aquello, porque de lo contrario me hundiría, muy probablemente), así que poco me importaba la razón de su sonrisa.
Lo que sí que me chocó, sin embargo, fue su gesto de sacar un pañuelo (muy mono, típicamente bordado con una inicial y con aspecto de pulcro y limpio) y acercarlo a mí para limpiar los restos de sangre que quedaban en la comisura de mis labios. Inevitable, cuando me había limpiado con lo primero que había tenido a mano (nunca mejor dicho, porque había sido mi propia mano), pero aún así me hizo mirarle con gesto de extrañeza cuando sentí la suave tela sobre mi piel. Vale, ¿se pensaba que era mi padre, o algo así? Noticias frescas: llevaba muchos años sin hablarme con lo que me quedaba de familia, y más aún viviendo sola y bajo mis propias decisiones. Que me habían llevado hasta donde estaba ahora, lo cual no sabía si era demasiado recomendable, pero aún así era mi vida y mis decisiones, y yo había llegado hasta allí. Era mi propia responsabilidad.
Me pidió que me abrochara la camisa, y aquello se ganó una mirada por mi parte hacia mi bastante pronunciado escote. Vaya, la costumbre de llevarlo tan a menudo hace a una olvidarse de que lo lleva, al final. Hice lo que me pidió, y con lentitud subí mis manos a los botones para abrocharlos. En cuanto terminé, me bajé un poco la falda para que quedara más larguita, ya que al chaval parecía molestarle aquel mercado de carne que en apenas un minuto había organizado. Vale, si tenía el capricho se lo concedería, ¿por qué no?
- Ni siquiera sé tu nombre, pequeño puritano. - le dije, con una sonrisa torcida. - Yo soy Amanda. - concluí, acercándole la mano (la que no estaba manchada de sangre, un pequeño detalle por mi parte) para que me la estrechara.

Mi sonrisa desaparecía y aparecía de nuevo según las reacciones de la chica y las caras que ponía. Me hacía gracia pensar que estaría pasando por su cabeza, todo lo que estaría pensando sobre mi y mi modo de actuar. Quizás creyera que lo hacía por pena o a lo mejor aquella noche me apetecía ser el héroe, el caballero de la blanca armadura... el problema de esa teoría es que ella ya no era una princesa, no era siquiera la sombra de lo que podía haber sido en un pasado, teniendo que matar en callejones para saciar una sed que terminaría consumiéndola hasta matarla no sin antes obligarla a cometer verdaderas barbaridades... una verdadera lástima, de haberse topado con otro de los míos, alguno de mis hermanos que tenían la mala costumbre de actuar de jueces, se habrían lanzado sobre ella para salvar su alma, pero ¿y si ella no quería ser salvada?

Le estreché la mano sin borrar mi gesteo amable. -Amanda...- musité, asintiendo con la cabeza -un nombre grandioso ¿alguna vez te has parado a pensar en su significado?- ignoré por completo su pregunta, más que nada porque no le veía verdadero interés en saber quién era, si no más bien qué quería, y tendría que hacer las preguntas adecuadas para sacar algo de mi. -Significa digna de amar- le expliqué, cogiendo su otra mano, todavía manchada de sangre y tratando de limpiarla con mi pañuelo. -¿Pero que hay en ti que sea digno de amar, Amanda?- negué con la cabeza, si ni ella misma se respetaba o se quería un mínimo ¿quién iba a hacerlo?

Una vez saciada mi sed, había comprobado que mi capacidad de raciocinio seguía más o menos intacta. Era algo que me había costado tiempo descubrir, porque la mayor parte del tiempo la sed era algo tan grande y que me controlaba de una manera tal que me impedía pensar en otra cosa que no fuera eso, pero una vez saciada, podía decirse que volvía a ser persona. El truco estaba en no tratarme mientras estaba sedienta y comenzar a hacerlo después de que me hubiera alimentado. Así todo iba mucho mejor y podía llegar a ignorar incluso las arrogancias de los ángeles. Sí, era puro, era un enviado de Dios en la Tierra para hacer el bien y perseguir almas pecadoras para transformarlas en almas aprovechables, pero eso no le hacía ser mejor que yo, y mucho menos cuando no me conocía. La arrogancia en las personas es algo que siempre ha podido conmigo, incluso cuando no era una adicta a algo que me destrozaba por dentro. Por favor, ¿de verdad pensaba que no era lo suficientemente inteligente como para saber aquello, que la sangre de demonio me corroía a una velocidad tal que mi alma estaba podrida a aquellas alturas? Sí, lo sabía, y si no hacía nada por evitarlo era, simplemente, porque no tenía fuerzas para aquello. La sed era algo superior a mí, algo que ni siquiera yo había elegido para mí misma sino que me habían encadenado a ello por la fuerza (gracias, Odette), y como tal mi lucha había quedado anulada desde un primer instante. Si no sabía eso de mí, ¿por qué seguía tratando de herirme con sus palabras? Tal desdén sentía en ellas que me resultaba imposible mantener un gesto civilizado y no darle un puñetazo allí mismo, pero me contuve. En el fondo sabía que era su naturaleza angelical la que le hacía actuar así, y contra eso tampoco podía luchar.
Me preguntó si sabía lo que significaba mi nombre, y antes de que me diera tiempo a responderle él me lo aclaró. Digna de amar... Tal vez en otro tiempo sí que lo había sido, pero ahora dudaba que alguien pudiera amarme o, al menos soportarme el tiempo suficiente como para llegar a apreciarme. No necesitaba que me lo recordara, no para que sólo me hiciera volver a caer en uno de aquellos estados de la antigua Amanda que tanto me debilitaban. Y aún así sus palabras consiguieron hacerme esbozar una mueca amarga mientras con su pañuelo limpiaba mi mano, llena de sangre. – A veces te acabas por dar cuenta de que el amor no es algo agradable, ni sentirlo ni que lo sientan por ti. Es entonces cuando renuncias a ser alguien con algo que amar. Créeme, lo fui. Estaba llena de amor, y eso fue precisamente lo que me rompió por dentro. – contesté, apartando la mano con brusquedad. No quería recordar aquello que me había llevado hasta el extremo en el que estaba ahora, no si quería permanecer cuerda y no volver a sentirme morir por el dolor.

Negué con la cabeza, totalmente en desacuerdo, me había tocado toparme con una humana adicta a la sangre de demonio y que además era dramática y melancólica, al menos quedaba algo de humanidad en ella, lo que arrojaba sobre ella un rayo de esperanza aunque no pudiera verlo.

Apartó su mano con cierta brusquedad, supuse que mis palabras no le habían hecho gracia, pero ¿se suponía que debía ser amable y amigable sólo por ser un ángel? Dudaba mucho que le fuera a gustar que sintiera pena por ella, no era mi estilo y aunque alguna vez, o muchas veces, podía resultar hiriente o arrogante, quizás en algún instante Amanda pudiera conseguir algo bueno. Negué con la cabeza esbozando de nuevo una sonrisa afable. -Entonces es que nunca has sentido verdadero amor ni tampoco has encontrado a alguien que lo sienta por ti- había muchas diferencias entre el amor y el deseo, o la lujuria, o la obsesión.

Doble el pañuelo y me lo guardé en el bolsillo de mi chaqueta, no quería dejarlo tirado por allí, había sido un regalo y valoraba demasiado el gesto como para deshacerme de él. Suspiré y miré alrededor, era tarde y las calles eran muy peligrosas, sobre todo para inocentes demonios desprevenidos. Le ofrecí mi brazo a Amanda -Caminemos- parecía un tanto reacia a aceptar, suspiré y relajé un tanto el tono amable, no me gustaba tener que repetir las cosas ni insistir. -Vamos, Amanda ¿qué es lo peor que puede pasar?-

Si él negaba con la cabeza mal íbamos. A aquel pequeño ángel de la guardia particular que me había tocado no parecía gustarle yo demasiado, pero teniendo en cuenta que ya no me gustaba ni a mí misma (eso si alguna vez lo había llegado a hacer, cosa que a esas alturas dudaba) eso era algo que entraba dentro de lo esperable. Lo que no comprendía era su paciencia, o simplemente lo testarudo que parecía ser aún intentando buscar algo bueno en mí. Yo hacía tiempo que me había acostumbrado a no encontrar nada bueno cuando miraba en mi interior, y no entendía por qué él seguía ahí. ¿Acaso era aficionado a las causas perdidas y no lo sabía? Porque eso era lo único que se me ocurría que justificara su actitud, su comportamiento conmigo. Aceptado el hecho de que sus aires y su arrogancia venían de fábrica y no se podía hacer nada por evitarlos, quedaba claro que nunca podría llegar a entenderle. Los ángeles, siempre tan misteriosos.
¿Que no había sentido verdadero amor? ¿Y él qué demonios sabía del amor, de aquel sentimiento tan mágico que me había llevado a los brazos de la locura? Sí, lo había sentido, con tanta desesperación que ver cómo aquel al que había amado se alejaba de mí me había terminado por llevar hasta donde estaba ahora. Le había amado...no, le seguía amando, por mucho que supiera que no iba a volver. Ahora ya no era Nikki, sino Sikki, y por ello sabía que el chico del que me había enamorado no volvería nunca. Eso me destrozaba casi tanto como saber que seguía enamorada de él de una manera que me dolía, de tal manera que había estado incluso dispuesta a pasar cuatro años de mi vida conviviendo con su otra personalidad (salida, sádica y perversa) sólo porque me recordaba a él. ¿Eso no era estar enamorada, amarle tanto que me dolía, tanto que me refugiaba en la sangre de demonio para evitar afrontar el dolor que me suponia que no estuviera a mi lado? Porque si eso no lo era, desde luego nada era amor.
Me ofreció su brazo y me sugirió ponernos a caminar, pero aún seguía algo reticente a aceptar su contacto y él claramente lo notó. Su gesto, al principio, había sido suave, pero no tardó demasiado en endurecerlo, ante mi rechazo. Claro había quedado el detalle de que no le gustaba que le llevaran la contraria, y al final me convenció haciéndome darme cuenta de que tenía razón: no tenía absolutamente nada que perder. - Nada, supongo. - acepté, agarrando su brazo y poniéndome a caminar a su lado. Así me mantendría vigilada y evitaba que matara a otro inocente demonio que no me había hecho nada, había que verle el lado práctico a aquello.
- ¿Qué quieres de mí? Sólo soy una adicta sin nada que ofrecerte ni que pueda interesarte. - pregunté, intrigada porque, de verdad, sus intenciones me resultaban desconocidas totalmente.

Finalmente aceptó y comenzamos a caminar por las oscuras calles, desandando el camino que había recorrido anteriormente y que me había llevado hasta ella. Para mi, esa era suficiente razón para que mereciera mi atención, el hecho de que de todas las personas que había en aquel pueblo, de todos los seres a los que podía haberme cruzado, hubiera sido precisamente ella y no otro.

Podía haberme preguntado qué quería de ella de cualquier otro modo, pero que me lo dijera así, describiéndose a sí misma de un modo tan escueto y poco alentador, no hizo más que seguir confirmándome el poco aprecio que se tenía a sí misma. -¿Por qué tendría que querer algo de ti?- no acostumbraba a pedir favores, ni a cobrarlos. No actuaba de ese modo, cuando alguien dedicaba su vida a ayudar a los demás no lo hacía esperando algo a cambio, esa era una de las grandes diferencias entre nosotros y los demonios, a parte del hecho de que ellos presentaban su ayuda de un modo mucho más atractivo y sencillo de conseguir, pero a mi no me gustaba disfrazar la verdad, quería que la gente se esforzara por mejorar, por avanzar, los atajos terminaban por ser casi siempre los caminos más largos. -Tengo la sensación- por no decir la certeza -de que nunca te has topado con nadie que quiera estar contigo por el simple hecho de que te lo mereces- seguramente hubiera tenido la mala suerte de que sólo la quisieran por su físico o sus cualidades, una verdadera pena, pero la vida era así, por desgracia y los humanos habían llegado a corromperse de tantas maneras que no podría nombrarlas todas por inmortal que fuera.

Su pregunta me descolocó bastante, más de lo que él podría llegar a imaginarse. ¿Acaso los ángeles tenían tiempo para ir por la calle buscando a gente lo suficientemente destrozada por dentro como para caminar con ellos e intentar arrojar algo de luz sobre sus sombras interiores en vez de dedicarse a detener el Apocalipsis, o algo así? No era algo que me hubiera planteado demasiadas veces, qué hacer en caso de que todo aquel tema del Apocalipsis me afectara directamente (indirectamente ya lo hacía, aumentando el número de demonios en las calles y favoreciéndome pues así podría beber de muchas más fuentes y tener siempre disponibilidad para ello), y ahora no era precisamente ni el momento ni el lugar para ponerme a pensar en aquello. Para ponerme a pensar en nada, en realidad, pero aún así no podía evitarlo. Aquel chico, que seguía sin decirme su nombre, hacía que a mi mente volvieran recuerdos que ya creía olvidados y apartados pero que sólo estaban a la espera de hacer más daño, y suficiente tenía con luchar contra ellos para evitar resquebrajarme como para encima plantearme cosas como aquellas. No, gracias.
Me dijo que tenía la sensación de que nunca me había topado con nadie que quisiera estar conmigo porque me lo mereciera, y de nuevo aquella sempierna sonrisa amarga volvió a mí. No sabía cómo lo hacía (o más bien sí, preguntando acerca de cosas que pertenecían a mi pasado), pero lograba hacer que un momento cualquiera se tornara doloroso para mí al hacerme recordar (puede que ni siquiera voluntariamente) cosas que estaban muy bien encadenadas en lo más profundo de mi memoria. Por su culpa había encontrado la llave y corrían libres por mi mente, y las consecuencias de aquello no podían ser buenas para mi salud mental, ya tocada antes de que él se metiera en mi vida. - No es eso. Simplemente hace tantos años que no tengo esa clase de encuentros que podría decirse que ya he perdido la costumbre de que alguien pueda interesarse por mí por lo que soy sin querer conseguir nada a cambio. Nada más. - contesté, ya sin rastros de nada de la sequedad anterior en mi voz. Simplemente ahora luchaba por no recordar a la única persona que había querido estar conmigo porque me lo merecía, y la misma a la que yo había querido a mi aldo aún cuando él pensaba que no lo merecía. Joder, le echaba tantísimo de menos... Ni siquiera estos cuatro años habían servido para borrar un ápice de lo que sentía por él. - Supongo que aún hay esperanza conmigo, ¿no? Aún puedo sentir y no me he vuelto una desalmada por completo. - añadí, encogiéndome de hombros. Me daba igual perder la humanidad, o al menos lo había hecho en otro tiempo, pero en aquel instante me di cuenta de que seguía igual que siempre; en el fondo, mi corrupción continuada no había cambiado en absoluto a la antigua Amanda, que seguía bajo aquella capa de hielo con la que ocultaba mis sentimientos y remordimientos. Y no sabía si era bueno o no, pues lo único que sabía era que era así.

Ya sabía lo que decían, cuando Dios cerraba una puerta siempre abría una ventana y yo lo sabía bien, porque incluso habiendo tenido que sufrir el exilio durante años en mis propias carnes, había tenido la oportunidad de ser perdonado para regresar y hacer lo que mejor se me daba, ayudar a la gente que quería ser ayudada... ¿y el resto? Bueno, no podía obligar a nadie a salvarse, eso estaba más que claro y tampoco iba a ocupar mi tiempo en casos imposibles, sería un derroche innecesario.

-Siempre hay esperanza, Amanda- procuraba decir su nombre cuando me dirgía a ella, sin resultar demasiado repetitivo, pero siempre tratando de que se diera cuenta de que había adquirido interés en ella. Mis órdenes directas desobedecían ese paseo que estábamos dando, una adicta a la sangre de demonio, lo mejor hubiera sido eliminarla en ese instante a ella y a cualquier otro demonio que me hubiera cruzado, pero ellos eran tan necesarios como nosotros, la clave estaba en las personas como Amanda, las que vivian sin conocer la realidad y las que la conocían, las que se habían corrompido. Si por cada alma que ellos creía poder destrozar, yo u otro de los míos podíamos salvar otra, la cosa no iría tan mal y el esfuerzo valdría la pena.

Recordé entonces eso que me había dicho poco antes, se consideraba llena de amor en un pasado, no muy lejano quizás, pero algo, alguien tuvo que hacerle mucho daño y teniendo a una muchacha como ella a mi lado supuse que se trataría de un hombre. -¿Cómo era él?- pregunté, con toda tranquilidad, aún a sabiendas de que no era asunto mío y que quizás ella no quisiera responder.

Un mensaje de esperanza, ¿por qué no me sorprendía viniendo de un ángel? A fin de cuentas eso es lo que siempre hacen, ¿no? Instarnos a mantener la esperanza aún cuando no hay razones lógicas para hacerlo. Como era mi caso. Llevaba demasiado tiempo corrompida, matando por alimentarme y también por el placer de ver la sangre correr, simplemente por pura lujuria y por pura necesidad, que era lo que, a fin de cuentas, había estado guiando mi vida desde hacía ya demasiado tiempo. Si él decía que la esperanza era posible simplemente porque me había pillado en un mal día, en uno de esos en los que los remordimientos hacían acto de presencia y comenzaba a arrepentirme de absolutamente todo lo que mi descontrol había causado, la que no tenía razones para sentir la esperanza era yo. Al fin y al cabo cuando estaba en uno de mis días "fuertes" no había nada ni nadie que pudiera convencerme de que lo que hacía tal vez estaba mal. Claro, nada ni nadie que estuviera vivo y que pudiera intentarlo.
Los recuerdos de cómo había sido Nikki me invadieron aún antes de que él preguntara, y era una sensación agridulce la que me embriagaba, una mezcla de dulzura y de dolor a partes iguales. Le echaba tantísimo de menos en momentos como aquel... Ni siquiera haber estado tantas veces con su alter ego me había servido para borrar aquello que sentía en mi interior por él. Una sonrisa me invadió de nuevo, pero otra vez carecía de todo humor, más bien porque el tema me afectaba demasiado como para albergar cualquier clase de risa acerca de él. - ¿Tan obvio es? Sí, supongo que sí... No era la primera vez que me decían que era fácil de leer, como si fuera un libro abierto, y que él lo hubiera hecho no me suponía ninguna sorpresa.
- Era un chico dulce, amable y muy divertido. Conseguía hacerme reír y hacerme sentirme cómoda a su lado. Pero también tenía sus problemas, tanto con las drogas como con la sangre. Él también era como yo, aunque él nació así y yo me convertí en esto. Hablar así de Nikki hacía dolorosamente real que no estaba y que nunca iba a volver, y me parecía que ni aún así le hacía justicia, con aquella descripción tan anodina que no se acercaba al chico con tantos matices del que me había enamorado.

Cientos de veces había escuchado aquel tipo de descripción, tipos amables, dulces y divertidos que resultaban ser al final los peores, lo que más corazónes rompían. Notaba la amargura en la voz de la chica, hablar de ese chico, le estaba haciendo daño, lo que significaba que estaba tocando un punto sensible e importante de su personalidad.

El amor, el más antiguo de los motivos para matar, para cambiar, para mejorar... y para empeorar, claro estaba, ahí estaba Amanda como ejemplo. Suspiré y la miré, dedicándole otra sonrisa pretendiendo reconfortarla, aún sabiendo que no funcionaría. -Era dulce, amable y divertido... y te hacía sentir bien ¿y dónde está ahora?- ¿mientras ella se dejaba la poca dignidad que le podía quedar en callejones a las tantas de la madrugada matando a demonios para satisfacer sus adicciones? Me paré en medio de la calle, mirando alrededor, ya bastaba de caminar sin rumbo fijo. -Porque no lo veo aquí, devolviéndote ese amor que tú sientes por él...-

Supuse que no le gustaría ni pizca mi comentario, quizás me ganara alguna respuesta en mal tono por su parte un ¡no tienes ni idea de lo que estás hablando! o algo por el estilo, pero no debía olvidar que era un pelín mayor que ella, por no decir mucho, y lo creyera o no, también había conocido tanto el sentimiento del amor como el del desamor... los humanos subestimanban demasiado a los ángeles, nunca lo había comprendido del todo. -No se tú, pero yo estoy hambriento- dije al fin, había trabajado muchas hora seguidas y ahora mi recipiente me pedía algo de combustible para seguir funcionando. -¿Comida china? Esos restaurantes están siempre abiertos...- que no me malinterpretara por ignorar sus reacciones, pero ella ignoraría también cualquiera de mis consejos, así qe estábamos ambos en la misma posición.

De verdad, estaba casi al borde de las lágrimas...de risa, pero no precisamente con humor, sino más bien con histeria. ¿Pensaba en serio que una sonrisa iba a lograr que el peso que había sobre mis hombros se aligerara? Lo que había pasado con Nikki me remordía la conciencia de una manera que ni siquiera las muertes que había provocado tras alimentarme lograban hacerlo, y ya ni siquiera era sólo en mis días más débiles, en aquellos en los que recuperaba parte de mi humanidad perdida, sino que era una constante auténtica de mi nueva vida, una maldita losa que me hundía cada vez más en la miseria. Al fin y al cabo, no podía ignorar de ningún modo que todo había sido mi culpa. Podía no haberlo hecho a propósito, pero aún así la única responsable de aquello era yo, y dolía demasiado.
Me preguntó que dónde estaba él mientras se detenía en la calle. Parecía que ahora sí que sabía a dónde podíamos ir, aunque la verdad poco me importaba tener un rumbo fijo o no, pues igual de male staría en un bar tomando algo que tirada en la calle chutándome cualquier cosa. El problema era mi interior, y el escenario no iba a influir lo suficiente como para cambiar aquello. - ¿Dónde está? Bueno, el chico al que yo quiero está muerto, aunque su cuerpo y su otra personalidad siguen por ahí, matando gente. - respondí, de manera imprecisa meintras cruzaba los brazos para darme calor. No hacía frío, pero sí tenía escalofríos por los recuerdos y por lo que me provocaban. - ¿Y sabes lo mejor de todo? Fue culpa mía que ahora no vaya a volver nunca, por eso no dejo de lamentarlo día a día. Ahora, por favor, dejemos esto aparte que no quiero pensar más en ello. - le pedí, evitando moderme la lengua para soltar alguna palabra malsonante; no hacia él, que no tenía por qué saber nada de aquello, sino más bien hacia mí. Llevaba un tiempo en el que me odiaba demasiado, y no podía evitarlo.
Al final, cambió de tema y me dijo que estaba hambriento. No debía sorprenderse porque yo también lo estuviera ya que, al fin y al cabo, seguía teniendo necesidades como la de comer comida normal a pesar de que le diera a la sangre de demonio. Comida china, su proposición, sonaba muy bien a aquellas horas, y a pesar de que podía decirle una larga lista de sitios que estarían abiertos a aquellas horas la idea parecía buena (entre esos sitios bares, afters, locales de streaptease...para desayunar) Recordaba que Nikki había sido el que me había dicho aquello, hacía ya tanto tiempo, y de nuevo sentí aquel familiar dolor, propio al recordar cualquier cosa de él. No, mejor ignorarlo y dejarlo para cuando estaba sola. Mucho mejor.
- De acuerdo, eso suena bien. - respondí, desganada. Que no se lo tomara a mal, porque si estaba así no era por él sino más bien por mí misma. Comenzamos a andar hacia allí sin decir palabra, mala cosa si quería evitar hundirme en mis pensamientos de nuevo.