La gran manzana envenenada [Sam y Cath]

Un momento de relax. ¿Cómo lo llaman estos subseres? Ah, si, un break...Me aparezco en la gran manzana para tomar un poco de aire y despejar mi mente, demasiadas cosas en la cabeza, hay que ponerlas en orden. ¿Por qué la gran manzana? Es fácil. Una gran cantidad de soberbia y ambición reunidas en unas pocas calles, un aroma estimulante...

Pero mira por dónde...Sam Winchester y una zorra cazadora...¿me reconoceran? Lo dudo mucho pero ...¿quién puede desperdiciar la ocasión de ver el cuerpo que me voy a vestir de cerca?...Tantas historias sobre ellos, tantas veces incordiando...es ya cómo de la familia...¿Una excusa? Enseguida...Llamo mentalmente a un demonio menor y este aparece en plena calle y comienza a atacarlos. Sólo nosotros tres somos conscientes de lo que ocurre, los humanos siguen caminando hacía sus trabajos, tomando café y evitandonos aún sin saber que lo hacen.

La primera bola de fuego es esquivada por la cazadora que se pone en guardía, lo sé, es un burdo ataque, yo sería mucho más sutil pero quiero ver de primera mano cómo se mueve.

Sam me llamó. Necesitaba ayuda con una cosa, un nido de vampiros que se escondía en los callejones de la zona norte y que estaban causando estragos entre la población, especialmente entre las familias con bebés. No eran demasiados, dos personas podrían tranquilamente con ellos, pero no tenía quién le ayudase. Podía llamar a Dean o a Adam -que no sabía quién era, pero por lo que había podido entender debía de ser algo así como su medio hermano o algo semejante-, pero prefería no hacerlo. Noté ciertas reticencias en su voz con respecto al tema, así que decidí dejarlo correr; éramos amigos, y no iba a presionarle para que me contase nada que él no quisiera. Pero estaba dispuesta a viajar cientos de kilómetros si hacía falta para echarle una mano; además, teníamos que hablar de Vanessa, poner en común todas las cosas que habíamos logrado averiguar sobre el paradero de mi hermana y las causas de su repentina desaparición, que de hecho, y al menos por mi parte, no eran demasiadas. Era como si la tierra se la hubiese tragado así, de repente, aunque no era posible: ¡una persona no desaparece así, de ese modo, sin dejar rastro de ningún tipo, y menos aún una semidemonia como ella! Forzosamente alguien, en alguna parte, tenía que saber algo de ella, y yo iba a averiguarlo, aunque para ello tuviese que patearle el culo al mismísimo Lucifer y poner patas arriba hasta el último rincón del Cielo y de Infierno. Me reuní con el y acabamos el trabajo que habíamos venido a cumplir antes de ponernos con la investigación; no nos dieron demasiados problemas, eran apenas un caótico puñado de vampiros que ni siquiera tenía un líder, y sus luchas internas nos facilitaron aún más la tarea de darles muerte. Caminamos por la calle en silencio, durante un rato.

-Oye, ¿qué tal si nos tomamos un café y hablamos de...eso? -propuse, al ver que no decía nada.-O también podemos ir a un parque a sentarnos o algo así...

Antes de que tuviésemos tiempo de decidirnos por hacer nada, vi por el rabillo del ojo una bola de fuego que venía directa a mí. Me lancé de lado para esquivarla, empujando a Sam para apartarlo también. En apenas un segundo ya estaba en pie, buscando con la mirada al atacante, al que localicé a apenas unos tres metros delante de nosotros, sonriendo de modo siniestro y sosteniendo en la mano otra bola de fuego, ante los inconscientes transeúntes. Corrimos hacia él, mientras yo sacaba mi botella de agua bendita y le rociaba la cara con ella, y Sam le golpeaba con todo el cuerpo, derribándole al suelo y enzarzándose a golpes con el demonio. Mientras él le mantenía ocupado, seguí rociándolo con agua bendita mientras recitaba el exorcismo:

-Regna terrae, cantate Deo,
psallite Domino, Tribuite virtutem Deo.
Exorcizamus te,
omnis immundus spiritus,
omnis satanica potestas,
omnis incursio infernalis adversarii,
omnis legio, omnis congregatio et secta diabolica
Ergo perditionis venenum propinare
Vade, satana, inventor et magister omnis fallaciae,
hostis humanae salutis.
Humiliare sub potenti manu Dei; contremisce et effuge,
invocato a nobis sancto et terribili Nomine Iesu,
quem inferi tremunt.
Ab insidiis diaboli, libera nos, Domine.
Ut Ecclesiam tuam secura tibi facias libertate servire,
te rogamus, audi nos.
Ut inimicos sanctae Ecclesiae humiliare digneris,
te rogamus, audi nos.
Dominicos sanctae ecclesiae
te rogamus audi nos.
Terribilis Deus de sanctuario suo Deus Israhel ipse.
Deus Israhel ipse. dabit virtutem,
et fortitudinem plebi suae, benedictus Deus.
Gloria Patri.

Cazar. Distraer mi mente de aquella búsqueda infructuosa y que comenzaba a ser desesperante. Tal vez eso era lo que necesitaba, me vendría bien hacer un pequeño alto en el camino mientras encontraba a Syn y averiguaba como controlar aquellos endiablados poderes sin tener que recurrir a la sangre de demonio; no iba a desperdiciar todo el esfuerzo que había tenido que hacer para dejarlo por completo, hacer que todo el dolor y el sufrimiento que me había causado fuesen en vano. Así pues, era hora de volver al trabajo de campo por unos días, y lo hice siguiendo una serie de historias publicadas por los periódicos de Manhattan, que hablaban de unas misteriosas muertes. Todas las víctimas eran familias con bebés de menos de seis meses, la mayoría contaba con varios niños pequeños, de muy pocos años, además de un bebé recién nacido, y todos ellos aparecían sin una gota de sangre en el cuerpo y con signos de haber sido víctimas de una violencia brutal y extrema, especialmente los niños. Investigando, descubrí que se trataba de un pequeño nido de vampiros que se ocultaban en la zona norte, cerca de las casas de sus víctimas, y me dispuse a eliminarlos; pero, aunque no eran muchos, yo solo no iba a poder con ellos, y no quería implicar a Adam en ello. Por una vez, quería dejarle al margen. Por eso llamé a Cath, para que me ayudase con ellos; era una gran cazadora y vivía relativamente cerca, aunque según tenía entendido, no le importaba demasiado desplazarse si con ello podía ayudar a otros cazadores. Además, teníamos que hablar de su hermana gemela, Vanessa, desaparecida hacía ya casi cuatro años. Pero todo eso podía esperar a que los vampiros estuviesen todos muertos. De acuerdo tácito, nos dedicamos a exterminar a aquellos seres despreciables, aunque no pude evitar fijarme en que los miraba con cierta pena antes de acabar con ellos. No sabía qué era lo que le pasaba, pero no era momento de hablarlo, no aún. Ella me lo contaría si tenía ganas de hacerlo, y si no, bueno, era cosa suya y de nadie más.
Una vez terminamos el trabajo, caminamos por la calle en silencio durante un rato. Yo traté de poner en orden mis pensamientos. ¿Cómo decirle que no había encontrado ni el más leve rastro del paradero de Vane?

-No sé, como tú quieras -murmuré, ante sus sugerencias.

Pero antes de que pudiese decir nada más, me empujó violentamente a un lado y se lanzó ella misma hacia el otro, tratando de esquivar una bola de fuego aparentemente salida de la nada. Me puse en pie y miré en derredor, tratando de localizar la procedencia de aquel ataque repentino. Lo localizamos al mismo tiempo, y tras cruzar una mirada, corrimos hacia el demonio agresor, que ya sostenía una nueva bola de fuego en la mano que arrojarnos, sonriente. Antes de que tuviese tiempo de hacer nada con ella me arrojé sobre él con todo el cuerpo, tirándolo al suelo, y comencé a golpearle en el rostro con una mano, mientras que con la otra pegaba contra su propio estómago la mano que tenía la bola de fuego. Él se resistió, y forcejeamos, aunque en todo momento yo me mantuve sobre él. Mientras nos peleábamos, escuché de lejos las palabras de Cath, concentrada en exorcizar a aquel demonio. Cuando aquel ser abandonó el cuerpo en forma de una nube negra, me puse en pie y la miré.

-¿De dónde ha salido ese? -pregunté, tratando de recuperar el resuello.- ¿Has podido verlo?