En las sombras (Synyster)

Me encontraba bastante extraña desde aquella conversación con Alex en la biblioteca. Rememorar lo sucedido aquella noche hacía ya casi un año había provocado una extraña reacción en mi mente: las pesadillas, que antes se sucedían con una frecuencia de una por noche, ahora venían a mis sueños una y otra vez en la misma noche, a cada cual más virulenta que la anterior.

Tenía la sensación que algo extraño había sucedido aquella noche, que aquello no había sido una coincidencia y que alguien había enviado a aquellos seres allí por algo, pero claro ¿qué pruebas tenía yo de eso?

Seguramente fueran todo imaginaciones mías, me dije mientras salía de casa y me dirigía al parque con un libro en el bolso. Tal vez estar en la casa era lo que no me hacía bien, con las fotos de mi difunta familia allí, expuestas a mi mirada. El aire libre, relajarme un rato leyendo, me sentaría bien y alejaría de mí esos pensamientos.

Como no había desayunado porque me había quedado dormida, y lo cierto era que apenas había comido nada, ahora sentía bastante hambre. Fui a un supermercado de camino, y me compré un paquete pequeño de galletas de chocolate y un café para tomar en el parque mientras leía.

Me senté en el suelo, bajo un árbol alejado del resto de los otros, y me puse a leer bajo la sombra.

Recién salia de casa para despejarme un poco. Hoy era uno de esos días en los que me encontraba jodidamente humano. Recordando todos mis actos anteriores, y pensando en todas mis victimas, en todas las familias que había podido destrozar sin motivo aparente y sin nada. Suspire, y con la cabeza gacha, con los auriculares y el sombrero puestos me dirigí al único sitio donde me sentía solo y en armonía, el parque.

Me dispuse a dar vueltas por el lugar, observando a todos los niños corretear divertidos, pasándoselo en grande con sus familias, sus hermanos. Me revolvía las tripas... Pensar en lo felices que son ellos, y en lo desgraciado que fui y soy yo. El haberme apartado de mi familia me había convertido en lo que era ahora.

Me senté debajo de un árbol, justamente en uno en el que una chica estaba leyendo un libro. No le preste la menos atención.

Ya llevaba allí un buen rato, y a decir verdad al principio me había costado bastante concentrarme en la lectura. Las risas de los niños, que correteaban en el parque, y las voces de los adultos que les llamaban y charlaban entre sí, distraían constantemente mi atención. Durante un tiempo, dejé el libro abierto, apoyado sobre mi regazo, mientras contemplaba con ojos soñadores las escenas que allí se desenvolvían. Me recordaban mi infancia en Lucca, con mis hermanos.

Sacudí la cabeza. Les echaba mucho de menos a todos, pero especialmente añoraba a Christine. Christine, mi hermana gemela, mi otra mitad, como solíamos decir en broma. Ella había muerto, pero hasta el fin su única preocupación era que yo huyese y me salvase.

Suspiré y traté de concentrarme en el libro, en aquellas palabras que parecían vacías y carentes de significado, que dibujaban las vidas inexistentes de unos personajes que estaban destinado a ser felices para siempre, por muchas peripecias que tuviesen que pasar antes. Desgraciadamente, la realidad rara vez era de ese modo. Solo con mirar a los cazadores, uno advertía que el destino era benevolente en escasas ocasiones. Después de una dura caída venía otra, muchas veces peor que la anterior, y así sucesivamente hasta que ya no quedaban fuerzas para levantarse y seguir.

En aquellos negros pensamientos estaba cuando, al ir a coger el café, tiré por el suelo mi móvil... que fue a parar a los pies de un chico que se había sentado allí también.

-Disculpa -dije, inclinándome hacia él.- ¿Me lo pasas? -señalé el pequeño aparato.

Por algún motivo, al mirarle, un escalofrío recorrió mi espalda. Mis sentidos me alertaron en contra de él, pero me dije que eran tonterías, que era por las pesadillas y nada más.

Absorte en mi mundo, en mi música y en mi espacio vital solo prestaba atención a las escenas de alrededor. A los niños corriendo por el parque, por el césped huyendo uno de otro. Uno haciéndose pasar por un monstruo aterrador, el otro como un tipo normal huyendo y riendo. Otros hacían la típica escena de una bestia mitológica, mientras que el otro era el gran héroe que salvaba a todos. Suspire asqueado y ladee la mirada hacia otro lado.

Esta vez, vi a un grupo de adolescentes, todos juntos menos una pareja, un chico y una chica muy acaramelados, ambos abrazados y acariciándose mutuamente, dándose pequeños y cortos besos en los labios. ¿Y donde coño estaba ahí la pasión?¿La lujuria, donde coño estaba el sexo entre ellos? No, no lo había, eso, eso era amor, algo que yo nunca había probado. Eso, era el verdadero poder de un corazón puro. Me asquee al pensar que nunca podría tener eso, que nunca sentiría algo así por alguien. No por el momento.

Salí de mi empane cuando vi caer un móvil a mis pies. Gire mi mirada hacia la muchacha que me llamaba, y me quite los auriculares.

- Cógelo tu, me costara lo mismo a mi, que a ti.

Dije simplemente, colocándome de nuevo los airuculares.

El chico parecía tan absorto como yo, contemplando a las personas del parque, y cuando me respondió me dejó bastante pasmada.

-¡Serás borde! -espeté.- Te lo pedía porque tú lo tienes más cerca, pero tú a lo tuyo, ¿eh?

Me levanté y fui a recogerlo, de bastantes malos modos. Si él quería ser desagradable, que lo fuera. No merecía la pena malgastar ni un pensamiento en aquella situación.

Pero cuando estuve a su lado, la sensación de alerta se acrecentó bastante y no pude menos que lanzarle una desconfiada mirada de medio lado. Suspiré y negué con la cabeza, aferrando el móvil con la mano y volviéndomelo a guardar en el bolsillo del pantalón.

Regresé a sentarme en el mismo sitio de antes, renunciando, ésta vez por completo, a concentrarme en la insulsa historia de amor de los protagonistas. Un amor aparentemente imposible que al final acabaría bien, el chico casado con la chica, las familias en paz y bla, bla, bla. Todas esas chorradas sensibleras que la gente adoraba tanto.

Sin embargo, advertí en el parque a una pareja de adolescentes abrazados, acaramelados y susurrándose cosas el uno al otro. Sonreí de forma involuntaria. Eso sí que era el amor, y no esa estupidez que el cine y las novelas popularizaban tanto.

Reí al escuchar a la chica quejarse cerca de mi. Negué con la cabeza mirando hacia otro lado, hasta que soltó lo segundo que dijo, y volví a mirarla para dirigir una insana mirada, que justamente se cruzo con la suya. Alce una ceja.

- No puedes obligarme a hacer algo que no quiera, así que, mejor cállate, guapa.

Respondí simplemente, aun alerta por la mirada que me había echado. Mire de nuevo al infinito, pero no pude evitar que mi mirada se desviase de nuevo hasta la pareja que se encontraba estirada sobre el césped, y soltar un largo suspiro. Odiaba esos momentos, por lo que me levante y camine para largarme de allí, justamente tropezando con la pierna de la chica de al lado, y haciéndome caer al suelo. La mire con mala cara.

- ¿Lo has echo adrede verdad?

Soltó una risita al oírme refunfuñar, pero era mejor ignorarle y seguir a lo mío. Alzó una ceja cuando nuestras miradas se cruzaron por un instante, al ir a recoger yo mi móvil. Mi pulso se aceleró por unos momentos, la sensación de urgencia era apremiante en mi interior...Pero no iba a permitir que un borde que me despertaba incomodidad me estropease la tarde, así que hice como si no hubiese visto nada y seguí a lo mío, mirando a los jóvenes enamorados.

¿Era cosa mía o los dos estábamos alerta con respecto al otro? Sacudí la cabeza, repitiéndome que no merecía la pena gastar mi tiempo y mis pensamientos en él.

El libro abierto sobre mi regazo seguía careciendo de interés para mí, pero ahora tampoco miraba a la pareja de adolescentes, conscientes de que merecían tener su intimidad. Mi mirada se perdió en el cielo azul, apenas recorrido por una que otra nube, y mis pensamientos comenzaron a vagar, tratando de encontrarles forma a aquellos jirones de algodón blancos.

De pronto, algo impactó contra mis piernas y cuando bajé la vista le vi a él, allí tirado en el suelo y mirándome con mala cara. Contuve una risita, pero me puse seria cuando me acusó.

-¿Por quién me tomas, niñato? -espeté.- No, no he sido yo. Si te has tropezado a lo mejor es que deberías fijarte más en lo que haces -bufé.

Retiré las piernas y las encogí contra mí, inquieta, mientras le lanzaba la misma mirada desconfiada de antes. Maldición, ¿qué era esa sensación?

Observe a la chica aun tendida en el suelo, con mala cara. Me incorpore lentamente hasta sentarme y quedarme casi frente a frente con la muchacha. Notaba como su inseguridad aumentaba al estar yo cerca de ella, y eso hacia que me sintiera mejor, pero, en estos días extraños que tenía, no me apetecía ser así... Por lo que suspire y mire a la chica.

- Lo... Lo siento.

"¿QUE ACABABA DE DECIR?"

¿Que... Que lo sentía? Syn reacciona de una puta vez... Estos días, no eran mis mejores días.

Me preparé para algún comentario desagradable, incluso para una discusión o una pelea con aquel tipejo; era una lástima, la tarde prometía tanto, parecía que iba a ser tan tranquila.

Lo vigilé mientras se incorporaba lentamente hasta quedar sentado casi de frente a mí. Le devolví la mirada, sin parpadear; no quería que notase la inquietud que me recorría, la velocidad a la que mi corazón latía por culpa de una sensación irracional.

Pero lo que dijo a continuación me dejó atónita; me había enfrentado a muchas cosas, pero a ninguna como aquella. ¿Acababa de pedirme disculpas? No podía ser cierto.

Y, sin embargo, así era. Y él aguardaba mi repuesta. Bueno, no iba a ser yo quien continuase con la bronca, y al menos había pedido perdón. Lo menos que podía hacer era ser amable, me dije, mientras salía de mi asombro. Me aparté el flequillo del rostro y contesté con voz suave:

-No pasa nada. ¿Estás bien? -agregué, por la caída.

Alce mi vista aun sentado sobre el cálido césped del parque. Atónito por lo que terminaba de hacer observe a la chica que tenía frente a mi, y asentí un poco con la cabeza.

- Si si, estoy bien... Me has ayudado a encontrar un sitio donde sentarme.

Reí levemente y la mire con un poco de fijeza. Había algo extraño en ella, una especie de tensión, posiblemente en su mirada que me inquietaba levemente. Sonreí y la mire.

- Me llamo Syn, es un placer.

Aún sentado en el suelo, alzó la mirada, y me dio la impresión por la expresión de su rostro que él mismo estaba más sorprendido que yo por lo que acababa de hacer. Lo cierto es que por su anterior comportamiento cualquiera diría que no estaba demasiado acostumbrado a pedirle disculpas a nadie. ¿Por qué lo había hecho entonces? Parpadeé aturdida unos instantes, tratando de recuperarme de la impresión.

Sonreí levemente ante su pequeña broma, y mantuve la sonrisa tanto como pude mientras nuestras miradas se cruzaban. Me obligué a mí misma a no apartar la vista y a no removerme, incómoda, ante la fijeza de su mirada. Era de mala educación mirar tan fijamente a alguien, pero él estaba haciendo lo mismo y bien podía fastidiarse. Por Dios, que apartase la vista de una vez, no iba a poder aguantar esa sensación mucho rato más...

-Cath -respondí.- Siento lo de antes -me vi obligada a decir.

Empece a sentir algo raro... No sabía que era exactamente, solamente que no me apetecía hacer el mal hoy, no me apetecía arruinarle la vida a aquella chica que tenía frente a mi. Sonreí levemente y asentí con la cabeza cuando se presento.

- Es un placer cath. No te preocupes por lo de antes.

Respondí con una medía sonrisa. Notaba que le molestaba un poco que la mirase fijamente. Sin embargo ella tampoco apartaba la mirada de la mía.

Sin apartar la vista ni un momento, me acomodé un poco contra el tronco del árbol y dejé que la novela, que aún reposaba abierto sobre mi regazo, resbalase y cayese al suelo con un golpe sordo, cerrándose por fin. Lo cierto es que ni siquiera recordaba bien por qué lo había escogido para leer, y mucho menos para traer una tarde al parque: no era demasiado bueno, la verdad; lo más probable es que acabase en alguna papelera que me pillase de camino a casa.

Sonreí de medio lado.

-No es un buen día para ti tampoco, ¿verdad? -pregunté, en tono suave.

Sabía que Syn había notado que me molestaba que me mirase tan fijamente, pero no hizo nada por apartar la vista, y yo tampoco. Se produjo entonces una especie de concurso de miradas en el que ninguno de los dos queríamos ser el primero en bajarla.